Hungría se adentra en el autoritarismo
Incapaz de solucionar la situación económica, el primer ministro Viktor Orban compite con la poderosa extrema en el terreno político
VARSOVIA.Actualizado:En dos años, el tiempo que lleva en el poder, el primer ministro conservador de Hungría, Viktor Orban, ha degradado notablemente el sistema político parlamentario. El jefe de Gobierno conduce a su Estado hacia el aislamiento internacional y un incierto futuro nacional, según denuncia la oposición. Sus detractores lo llaman 'Viktador' y a Hungría, 'Orbanistán'. Con estos juegos de palabras, quieren demostrar que el país ha dejado de ser una democracia y, aunque todavía no es una dictadura, camina hacia un sistema autoritario que guarda más similitudes con Rusia que con la Unión Europea a la que pertenece.
El partido de Orban, Fidesz, controla dos tercios del Parlamento. Esa mayoría absoluta le permite actuar a su antojo en materia legislativa. El mandatario desprecia a la oposición y las protestas ciudadanas contra su política ultraconservadora. Su objetivo es controlar los aparatos del Estado, sobre todo el legislativo, la justicia, los mecanismos económicos como el Banco Central (MNB) y los medios de comunicación públicos, pero también privados. El marco legal -una Constitución escasamente democrática aprobada sin consultas previas en abril de 2011- deja las manos libres a Orban, un político pragmático que a lo largo de su carrera ha oscilado del centro liberal a la derecha ultraconservadora.
Para entender las causas de su radicalización hay que saber que el primer ministro se enfrenta a Jobbik, el poderoso partido de extrema derecha antisemita y racista liderado por Gabor Vona y que constituye la tercera fuerza parlamentaria. «Orban no quiere ceder votos a Jobbik y hace todo lo posible por ganar apoyos de sectores de la extrema derecha. Éste es uno de los motivos por los que lleva a cabo una política marcadamente conservadora», explica el politólogo Andras Mink.
Delirios populistas
Los grupos opositores, como los socialistas del MSZP, el partido ecologista de izquierda LMP y la formación DK del exprimer ministro socialista Ferenc Gyurcsany, no tienen fuerza suficiente para pararle los pies a un Orban que ya se encuentra en la mitad de su legislatura. La UE es en estos momentos el único dique de contención al avance del autoritarismo húngaro. Bruselas lleva meses presionando a Budapest para que cambie de rumbo y condiciona la concesión de la ayuda financiera que necesita el país centroeuropeo para salir del atolladero económico a una nueva estrategia de su dirigente.
Orban ha dado marcha atrás en algunas cuestiones, pero en lo esencial mantiene la misma política. La Comisión Europea ha puesto en manos de la justicia comunitaria la reforma judicial y la protección de datos en Hungría, porque considera que Budapest no proporciona garantías suficientes a los ciudadanos. De momento, las presiones de la UE han obligado al primer ministro magiar a suavizar el contenido de una polémica ley que pretende el control de los medios y los periodistas por parte del Estado. Sin embargo, los escasos periódicos y revistas independientes siguen sufriendo acoso político y económico y el Gobierno se ha empeñado en taparle la boca a la única emisora opositora, Klub Radio.
El primer ministro también se enfrenta a la UE en el terreno de la política económica. Tras tomar posesión el 29 de mayo de 2010, proclamó que Hungría no necesitaba ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), que había acordado un préstamo de 20.000 millones al país poscomunista para evitar la quiebra financiera. Sus delirios populistas le han llevado a nacionalizar los fondos privados de pensiones, imponer impuestos a bancos y grupos de telecomunicaciones y favorecer a empresarios de su máxima confianza.
Las medidas adoptadas han empeorado la situación de Hungría. Su moneda se ha hundido y las agencias de calificación han sancionado severamente a Budapest. La crisis está teniendo efectos sociales devastadores y el 30% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Los expertos aseguran que Orban sabe perfectamente que tiene que cambiar de política si quiere que la UE y el FMI ayuden al país a salir del pozo. Mientras, las espadas siguen en alto en Bruselas y Nueva York.