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Julia Navarro. / mujerhoy
mujeres de hoy

India, de la pesadilla a la esperanza

En Delhi conviven, dándose la espalda, la nueva y la vieja ciudad, donde se mezcla la miseria con edificios ultramodernos

JULIA NAVARRO / MUJERHOY
MADRIDActualizado:

"La India no te dejará indiferente; cuando regreses, ya no serás la misma"; "Ya verás lo felices que son, pese a la pobreza", me decían algunos amigos y conocidos que habían visitado este país. Y emprendí el viaje con estas dos frases en la mochila y tres libros: 'Vislumbres de la India', de Octavio Paz; 'Carretera abierta', del escritor hindú Ruskin Bond, y 'La India por dentro', de Álvaro Enterría.

Es verdad, la India no deja indiferente a poco que uno tenga corazón. Pero la segunda afirmación me provocó una ataque de indignación al poco de pisar Delhi. ¿De verdad alguien es tan estúpido como para confundir felicidad con resignación? ¿Quién piensa que se puede ser feliz careciendo absolutamente de todo, viviendo en la más abrumadora de las miserias, llorando a los hijos que pierden por no poder alimentarlos?

La primera mirada es engañosa. En Delhi conviven, dándose la espalda, la nueva y la vieja ciudad, donde se mezcla la miseria con edificios ultramodernos, en los que compiten por la modernidad jóvenes ejecutivos, con los mismos ademanes que los de otras grandes ciudades. Sí, es un país emergente, pero a poco que uno salga de los grandes centros financieros, se topa con la verdad. Hay dos Indias: la de las ciudades, como Delhi y Bombay, y la rural, que es la mayoritaria.

Es muy fácil que a un país le "cuadren" las cuentas, cuando la mayoría de su población vive con menos de dos dólares al día y trabaja por salarios ínfimos. La mano de obra es tan abundante como mal pagada. A quienes ponen de ejemplo a los países emergentes hay que decirles que el modelo no puede ser el de la explotación feroz de la miseria, que es exactamente lo que sucede en la India.

La realidad de las mujeres hindúes no es precisamente halagüeña, a pesar de que en los últimos años los distintos gobiernos han introducido cambios en la legislación para igualar en derechos a mujeres y hombres, y protegerlas frente a los abusos que han sufrido desde el principio de los tiempos. Cada vez hay más mujeres que participan en la política y que ocupan cargos en la Administración, sobre todo en la local. Y, junto a las medidas gubernamentales, también destacan los programas de las agencias no gubernamentales y las organizaciones religiosas.

Cuestión de género y casta

Ser mujer en la India ha sido, hasta ahora, una desgracia. Si, además, perteneces a una casta inferior esa desgracia es mayor. Y si se le añade la falta de recursos materiales, ser mujer se convierte en una pesadilla.

La falta de acceso a la sanidad, a la educación y a unas condiciones de vida dignas son parte de su vida. Para empezar, las familias prefieren seguir teniendo varones antes que mujeres. Una niña se ve como un problema. De manera que las nuevas tecnologías aplicadas a la ginecología se convierten en una trampa mortal. Cuando las mujeres que acceden a hacerse una ecografía descubren que el hijo que viene en camino es una niña suelen abortar. Según las estadísticas, cada año hay al menos 600.000 abortos de niñas. La cifra pone los pelos de punta. Si la criatura llega a nacer, tiene que librar una carrera de obstáculos para sobrevivir. En ocasiones, es abandonada a los pocos días de su nacimiento; o recibe menos alimento que sus hermanos varones; o sus padres acaban con su vida porque no la pueden mantener. Sin embargo, las mujeres son omnipresentes en este país. Mientras viajaba hacia el norte pensaba que la India es multicolor gracias a los saris que lucen y que hacen parecer princesas a todas las mujeres, independientemente de su estatus social.

Me sorprendió ver a cientos de ellas trabajando en las obras, cargando piedras, colocando adoquines, luchando con el alquitrán... Yo me preguntaba de dónde sacarían fuerzas esas mujeres delgadas, de aspecto frágil, que parecían quebrarse por el peso de los cestos repletos de herramientas que llevaban sobre la cabeza. Y también es habitual verlas bregando con la tierra: el 40% de las labores rurales lo hacen las mujeres, ya que sus maridos suelen emigrar a las ciudades en busca de trabajo. Dirán que, no obstante, algo está cambiando en la India. Y es verdad, pero esos cambios son lentos, demasiado lentos.

Entre Agra y Jaipur, cerca de Bharathur, Balú, el chófer que me llevaba, me preguntó si quería visitar una escuela. Entusiasmada, le dije que sí. No me referiré a cómo es esa escuela, donde niñas y niños se sentaban sobre el suelo de barro, pero si contaré que me sorprendió la actitud decidida de las niñas. Les pregunté qué soñaban para el futuro y me sorprendieron con que querían estudiar Ingeniería, Matemáticas, Economía, Física, Medicina... Ninguna parecía dispuesta a resignarse con su destino. Su maestra me explicó que las pequeñas se esfuerzan el doble, porque saben que tienen que vencer dos desventajas: la pobreza y ser mujeres. Una de las niñas me dijo que ella algún día ganaría 400 dólares, que es lo que ganaba uno de sus primos, ingeniero informático en Bombay. En la India y me confirmó que allí los buenos profesionales, los que han estudiado y triunfan, ganan ente 400 y 600 dólares, ni uno más. Echen cuentas.

En Agra, después de visitar el Taj Mahal y el Fuerte Rojo, que son como un oasis en medio de la suciedad y la pobreza, me dirigí al "asrham" de la madre Teresa de Calcuta. Les haré una confesión: a mí no me caía demasiado bien la monja albanesa. No entendía su ir y venir por el mundo, me parecía que le gustaba llamar la atención. No solo me he arrepentido de mis críticas sino de no haber sido capaz de ver que, tras sus viajes y llamadas de atención, había un único interés: intentar paliar la desgracia de los más pobres entre los pobres, de los más enfermos entre los enfermos, de los más miserables entre los miserables: niños enfermos y abandonados que reciben los cuidados indispensables para sobrevivir con una sonrisa, con gestos de cariño.

Enfermos mentales, sobre todo ancianos abandonados a su suerte en las calles, algunos también mutilados. Chicas con síndrome de Down y otras discapacidades. Las monjas de la madre Teresa devuelven a todos los que recogen la dignidad de la que han sido despojados, procurando su bienestar físico y dándoles ese afecto que necesitamos todos los seres humanos. Ellas y otras ONG, como la de Vicente Ferrer o la fundación que da microcréditos a mujeres o tantas otras, son una gota de bálsamo en medio de la miseria de tantos millones de seres humanos. Un solo euro hace allí milagros, de manera que, si a pesar de la crisis, alguien puede enviarles unos euros, tengan por seguro que servirán para aliviar una miseria que no pueden imaginar que exista. Yo, que ya he dado unas cuantas vueltas por el mundo, les aseguró que la miseria que he visto en la India es estremecedora.

La educación, clave

Sí, realmente se sufre un "shock" porque, cuando sales de visitar un monumento fastuoso y vuelves a pisar la calle, la realidad te golpea con fuerza. Uno puede hacer abstracción de la miseria mientras pasea por los jardines del Taj Mahal o visita la ciudad fantasma de Fatehpur Sikri. O conmoverse paseando por Jaipur, la ciudad rosa; afrontar con buen humor un paseo en elefante para llegar a Fuerte Amber; disfrutar de un paseo por el lago de Udaipur y admirar los templos jainistas de Ranakpur. Pero, al menos yo, no logré acostumbrarme a la miseria absoluta con la que iba tropezando en la calle.

Una tarde, el guía me dijo que pertenecía a la casta de los intocables y se quejó de que los occidentales crean que los hindúes están contentos con la pobreza en la viven. "¿Usted sería feliz si tuviera que vivir como viven tantos de mis compatriotas? ¿Si tuviera que matar a su hija por no poder alimentarla? ¿Si no pudiera ir a un hospital por falta de dinero? ¿Si supiera que, cuando su marido muera, tendrá que irse a la calle?". Coincidí con él en que la idílica visión que muchos occidentales tiene de la India resulta ofensiva. "El problema es la resignación debida a la falta de educación", me dijo el guía. Y yo solo pude darle la razón.

En la inmensidad de la India, apenas unos miles lo poseen todo, frente a los millones que carecen de lo más elemental. Aún así, la India es un país emergente; por ella pasa el futuro, según dicen los "gurús" de la economía. Será así, pero allí un buen salario no llega a los 500 euros. Espero que su futuro pase porque las mujeres no solo tengan reconocidos sus derechos sobre el papel, como sucede ahora, aunque la realidad se empeñe en desmentirlo. Ningún país tendrá futuro si no cuenta con las mujeres. India empieza a tener una clase emergente de mujeres que, con mucho esfuerzo y tenacidad, se abre paso en la sociedad. Que así sea.