Los perrolibros
Actualizado:Anadaba yo el otro día bicheando fotos cuando, oh sorpresa, me encuentro como un manifestante más entre los que protestaban por los recortes en Educación al rector de la Universidad de Cádiz, Eduardo González Mazo. Me parece una persona con los pies en el suelo, a la que, aún, no se le ha subido el cargo a la cabeza y todavía es capaz de menearse y quitarse la chaqueta incluso en la calle Ancha. Y me gusta que se movilice. No ya por el fin, sino por la forma. La Universidad, y él la personifica, tiene que remover conciencias. En un momento en el que un título firmado por el Rey Juan Carlos vale menos que un billete de 20 dracmas, más que nunca la Universidad tiene que cumplir con una función que trasciende cualquier especialidad, la de disciplinar la inteligencia, enseñar a pensar, algo tan obvio en apariencia pero tan poco dado en la realidad, como es pensar por uno mismo. En este país infectado de titulitis en la época de vacas gordas algo ha fallado, la juventud, que lo ha recibido todo hecho, se ha aborregado y parece que por fin ha llegado el momento del cambio. Pero no del cambio de cerraduras, que intentar cambiar el mundo en una casa palacio con la puerta de la calle cerrada de poco va a servir. Que sí, que estamos indignados, ya ahí estamos de acuerdo. Que hay que cambiar el sistema, ahí también estamos de acuerdo. Pero pienso yo que hay que saber canalizar la energía. La semilla está puesta, pero puede que el tiempo de cosecha sea largo. Muchos de esos jóvenes que hoy okupan casas y redes sociales antes ocuparon aulas, y no me refiero a las de Valcárcel, me refiero a las de la Universidad, las de los colegios que no les ayudaron a pensar. Por eso me parece que con formadores comprometidos, que dan la cara para reivindicar cambios, y con la materia prima inteligente y abonada por la indignación de los que, como todas las generaciones en algún momento, están viviendo su particular mayo revolucionario, puede erigirse un nuevo orden social, económico, político y, como no, cultural. Al final esa es la base, la cultura, aliñada con los avatares del momento. Y solo los más sabios conseguirán cambiar el sistema, si no que se lo digan a Diógenes, el primer antisistema de la historia. Él también se manifestó, a su forma, en la calle, y pasó a la historia.