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Esperanza

Lo único que me gustaría decirle es que hay muchas y distintas maneras de ser y sentirse español

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Hace algún tiempo escribí una columna fantaseando con la desacabellada y a la vez escalofriante posibilidad de que el PP pudiera clonar a Esperanza Aguirre y presentarla en todas las Comunidades Autónomas. Afortunadamente no puede hacerlo, porque estoy seguro de que si pudiera lo haría. Por lo único que lo lamento es por la malsana curiosidad de ver cómo se comportaría una Esperanza Aguirre catalana respondiendo a las impertinencias y retintines de la Esperanza Aguirre madrileña. Digo catalana y no, por ejemplo, vasca o gallega, porque da la impresión de que detesta todo lo catalán con un afecto íntimo muy especial. En fin. ¿A usted le cae simpática Esperanza Aguirre? Es una pregunta retórica, claro. Sin duda, Esperanza Aguirre cae simpática a mucha gente. De hecho, ahí está, ¿no? Desafiante y resabiada como una gallina de pelea en el palo más alto.

Por eso me pregunto qué es lo que más la caracteriza. Cuál es su rasgo principal. Su bola extra. Y después de un rato, acabo convencido de que una gran parte de su éxito radica precisamente en su extraordinaria habilidad para el agravio. En su pericia para exacerbar los ánimos. Y para enemistar. Para evocar odios y avivar rencores. Eso aquí gusta una barbaridad, no es ningún secreto: la bandería, la bravuconada, el acoso. A mucha gente le chifla. Y ella lo hace de maravilla. Prácticamente, cada vez que abre la boca. Sin necesidad de grandes motivos y con una portentosa naturalidad. La monta con poco, vamos. Viene a ser, lo que podría denominarse, una incendiaria política nata. Por supuesto, los de los micrófonos lo saben muy bien. Le tiran de la lengua siempre y todo lo que pueden. Y a ella le encanta, está claro. No hay más que verla desenvolverse ante la cámara. Desenvainar la sonrisilla como anunciando: pues vais a ver lo que soy capaz de soltar ahora, así como quien no quiere la cosa.

En fin, con unas cuantas como ella (y siendo como somos), este país empezaría a garrotazos y no acabaría nunca. Así que mejor que no la clonen. Por otro lado, ni siquiera estoy seguro de que su talento para excitar el posicionamiento radical y enervar a todo el mundo sea algo deliberado. No sé por qué, pero me da la impresión de que si se lo propusiera no lo haría tan bien. De hecho, la veo casi más preocupada por exhibirse y desfilar que por cualquier otra cosa. Como si el personaje que ha creado se hubiera zampado completamente a la persona real que había debajo. Un personaje algo zarzuelero y ligeramente goyesco, por otro lado. Con esa forma de hacerse el español que abunda en Madrid y que a menudo resulta tan ofensiva al resto de los pueblos del Estado. Lo único que me gustaría decirle es que hay muchas y distintas maneras de ser y sentirse español. Y que no creo que intentar atizar la crispación sea la mejor.