Sociedad

EL TALUD

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Para la geomorfología, no así para la arquitectura, el talud es un accidente del terreno de vertiente abruptiva consistente en la acumulación de derrubios generados por la erosión que se depositan sobre acantilados. En las costas de California, a la altura de Santa Bárbara, o en la Bretaña y la Normandía, podemos contemplar bellos ejemplos. Se asoman a la mar como púlpitos a la espera de un predicador tempestuoso capaz de alzar la voz sin que el viento salino le arremoline los pulmones. Generan una sensación de vacío que nos quita el resuello.

El mundo, sin alarmismos catastrofistas, se encuentra al borde de un gigantesco talud acorralado por el descuadre de la tesorería, una vez más, creyendo que es la primera vez que se topa con la disyuntiva de saltar o retroceder buscando el abrigo de un valle. Pero no es así. El círculo pernicioso del concatenando: burbuja especulativa, eufórica demanda monetaria, aumento de precios, descenso de la demanda, recesión y desempleo, se debe al fracaso de la Ley Peel, promulgada en Inglaterra en 1844. Sir Robert Peel intentaba evitar los ambiciosos desmanes de emitir papel moneda sin respaldo efectivo, riesgo incendiario promovido por el Banco de Estocolmo en 1656. Se trataba de prohibir estos excesos, exigiendo a los bancos que mantuvieran un coeficiente de caja del 100%, lo que nunca se cumplió, incluso más aún; se empezaron a realizar emisiones de depósitos sin respaldo. Hasta hoy, toda la economía está basada en ejercicios de ingeniería contable, de apuntes en libros. Que nadie se asuste, porque este mecanismo funciona desde entonces, pese a pasar, como ahora, por crisis gripales, y es legal. Esta orfebrería funciona en la economía virtual, si bien, querida convecina, usted no compra un mazo de tagarnina con certificados de depósitos. Usted padece la economía real.

La economía de Cádiz, también y cómo no, está encaramada en un talud, dudando, timorata, si saltar o retroceder despavorida. Sin duda hay que saltar, pero apretándonos el arnés del parapente de la creatividad. La fantasía es un bien económico. Recurriendo a ejercicios sencillos de productividad social y asociativa, reales, tangibles, podremos demostrar que el empleo, entendido en sí mismo como industria innovadora, genera más riqueza que el empleador más justo y magnánimo. Ahí radica la revolución del capitalismo social venidero. No cotizan en bolsa los honestos sudores, los esfuerzos del estudioso, los desvelos del emprendedor, las pasiones creadoras filantrópicas, porque son bienes reales no hipotecables. Tienen valor inapreciable. En 2015 generaremos empleo neto, me la juego, pero salir de este ciclo crítico sin saber qué modelo de ciudad, de sociedad, deseamos y de qué modelo productivo esperamos comer, empujará a la burra a volver al trigal. Nos hemos escudado tras la crisis en vez de alzarnos contra ella sin buscar culpables.