LUGARES COMUNES
Actualizado: GuardarCierran los puestos de la plaza y es una pena. Una pena para los comerciantes, en primer lugar, pero también una pena antropológica. Dicen que Quiñones, cuando la creatividad se le atoraba y las tascas se le quedaban pequeñas, siempre le dedicaba una ronda, camino del Campo del Sur. Es más que probable que su Hortensia Romero, cargada de tics populares, hecha y rehecha gracias a los vaivenes, las tristezas y los refugios emocionales del pueblo bajo, fuera uno de sus especímenes naturales. En esa plaza pasan cosas (se escuchan cosas) difícilmente creíbles fuera de Cádiz. Hace un par de semanas, sin ir más lejos, tras hacer uno de esos reportajes 'de color' que ayudan a que te resbalen por la tráquea los titulares agoreros, me contaba una plumilla del gremio que las señoras hablaban de Economía con una soltura, una inocencia y un desapego capaz de sorprender a cualquiera. «Gambas ninguna, que mira cómo anda la prima de riesgo. Sardinas. Ponme sardinas que voy a congelarlas por si viene el corralito». Y así.
Después de trivializar la información de sucesos a base de clichés («pues parecía un buen chico, siempre saludaba en la escalera, nadie oyó la motosierra»), de convertir la sección de Deportes en una sucesión de tonterías épicas (interesantísimas crónicas a plano fijo sobre cómo Torres devoraba pipas en el banquillo), liquidar Cultura y convertir la información política en el barbecho en el que cada medio cava su trinchera, ahora la televisión ha cogido por banda la Economía, y no la dejará (no, no lo hará) hasta que las mujeres de la plaza no debatan sobre Keynes o la Tesis Krugman con la misma ligereza con que cada mañana especulan sobre el diámetro de los agujeros de la nariz de Belén Esteban (los viejos afirman que antes eran dos).
Los frikis de Rebelión.org, conspiranóicos por excelencia, insisten en que este fenómeno de trivialización de cuestiones esencialmente complejas forma parte del ritual básico de la ceremonia de la confusión con la que los poderes ocultos (Mordor y compañía) nos están alegrando las mañanas. Es otro cartucho de esos fuegos artificiales de palabrería hueca que nos obliga a mirar al cielo mientras los listillos de siempre nos roban la cartera. Con esa manera distorsionada y plana de asimilar lo que está pasando lo único que hacemos es «tener la impresión» de que entendemos algo. Pero lo cierto y verdad es que ninguno de ustedes (ni ninguno de nosotros) sabíamos qué es exactamente el diferencial de la deuda. Tampoco la señora de las sardinas, mal que le pese.
Hace veinte años, en este país todo el mundo sabía de fútbol y deconstruía alineaciones a pie de barra. Hace diez, las señoras de la plaza podían escribir en papel de estraza el árbol genealógico de Carmina Ordóñez, inventariar los cien mejores edredonings de Gran Hermano y diagnosticar los problemas de pareja de Rocío Jurado. Hace cinco, los del sitio fijo en el Mentidero se quejaban de que Alonso nunca cambiaba a tiempo los neumáticos. Hoy hemos sustituido un catálogo de lugares comunes por otro. Con la única diferencia de que esta vez sí es importante.