Egipto busca al sustituto de Mubarak
Los comicios presidenciales de hoy y mañana plantean un pronóstico incierto en la pugna entre líderes laicos e islamistas
EL CAIRO. Actualizado: GuardarEn el pueblo de Arab el-Ayaida, en la provincia de Qaliubiyah, sacos de patatas y cebollas, cajas con pimientos, tomates y habas se acumulan en las alhóndigas de la calle principal. En esta fértil vega que abastece al insaciable Cairo, Afaf se pregunta si el candidato volverá a manchar de polvo sus zapatos por las calles del pueblo si llega a ser presidente. «Pienso votar al que me prometa que va a poner un colegio y un sanatorio en el pueblo», afirma la mujer, una de las poquísimas que ha acudido a este mitin donde cientos de hombres en galabiya (túnica) y turbante, el uniforme del campo, escuchan a Amro Musa hablar de agricultura.
En la adornada carpa que un cacique local le ha levantado para el encuentro, Musa parece un líder tribal más. Recibe besos y abrazos, y dice lo que en el pueblo quieren escuchar, que piensa facilitar el crédito agrícola y fertilizantes y semillas a precios razonables, que en la segunda república que él quiere fundar la modernización del campo no es una utopía.
El antiguo secretario general de la Liga Árabe lleva meses recorriendo de punta a punta el país con el objetivo de reforzar coaliciones tribales. Estos pactos se alimentan de las antiguas bases del Partido Nacional Democrático, el dinosaurio sobre el que cabalgó durante tres décadas Hosni Mubarak, y cuyos caciques quieren defender con uñas y dientes su influencia ante la popularidad, quizás hoy algo más desgastada, de los Hermanos Musulmanes. Musa sabe que el campo puede ser su aliado, y corteja a unos campesinos que en las elecciones parlamentarias decidieron apostar en su gran mayoría por los islamistas.
«No hay trabajo y no hay seguridad. Hoy en día, no tenemos nada. Necesitamos un hombre fuerte que saque el país adelante». Mohamed Mahmud, que votará a Musa o a Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak, intenta hacerse oír por encima del estruendo de los altavoces. El mensaje de estos candidatos, que muchos consideran 'fulul', remanentes del antiguo régimen, ha calado perfectamente en este carpintero.
Un par de días después, en un escenario completamente distinto, una marea naranja, el color del islamista moderado Abdelmoneim Abul Futuh, inunda las pistas deportivas del club Guezira, a pocos metros de la plaza Tahrir. Cientos de jóvenes voluntarios hiperactivos dan la bienvenida a los asistentes al mitin, y reparten banderines y panfletos.
Hoda encarna a la perfección a la partidaria tipo del autoproclamado islamista moderado Abdelmoneim Abul Futuh: universitaria, velada pero coqueta, de clase media e idealista. «Abul Futuh nos ha dado esperanza, por eso me gusta. El panorama después de la revolución ha sido deprimente, y él nos ha devuelto la ilusión», dice esta joven voluntaria. Ciertamente, la campaña de Abul Futuh irradia juventud y alegría y, aunque muchos de los jóvenes que estuvieron en las primeras filas de la revolución optarán por el naserista Sabbahi, más de izquierdas, la campaña que al menos externamente ha tomado el testigo de la revolución es la de este médico de 61 años.
Es difícil saber si Abul Futuh ha dado con la clave para trascender el partidismo en Egipto o si su campaña y sus mítines son una estudiada coreografía de transversalidad política: artistas, pensadores islamistas moderados, salafistas en traje y jóvenes salafistas en vaqueros, una cristiana copta, líderes de partidos centristas y hasta una estrella de la revolución toman el escenario. «Abul Futuh quiere un Egipto en el que quepamos todos, salafistas, liberales o católicos», dice al micrófono la profesora de la Universidad Americana de El Cario Rabab el-Magdi, una de las asesoras de este antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes.
Pero, advierten algunos analistas, el mayor fuerte de Abul Futuh puede ser también su mayor debilidad. «No puedes ser todo para todos», sostiene Shadi Hamid, director del Centro Brookings de Doha, quien considera que algunos liberales quieren ver en él a un hombre más liberal de lo que en realidad es.
Si la figura de Abul Futuh fascina e inquieta a muchos por su novedad, hay un candidato que apenas ha dado sorpresa alguna en la campaña. Mohamed Mursi, el aspirante de los Hermanos Musulmanes, es la cofradía en estado puro, un funcionario de este grupo islamista con más de 80 años de historia. Discreto, ni él ni sus seguidores se salen de un guión perfectamente orquestado por el grupo, y la grandísima experiencia de la Hermandad aflora en sus mítines, donde decenas de voluntarios, educados y amables, controlan a las masas, acompañan a los periodistas o reparten folletos.
«No se trata del hombre, es el proyecto, la organización que tiene detrás lo que cuenta», explica en un mitin frente a la Universidad de El Cairo Saher Mahmud, una fisioterapeuta que viste de negro de arriba abajo y que porta 'niqab', el velo que cubre la cara. La música de su campaña, con reminiscencias muy futboleras y los fuegos artificiales cuando el candidato sube al escenario, enciende a un grupo de jóvenes, todos hombres, que se apelotonan ante la valla de separación. Pero en escena, ninguno de los conferenciantes baja de los 60 años, y muchos de ellos son clérigos.
La Hermandad ha endurecido su mensaje desde las legislativas, ya que saben que el voto salafista está aún en juego. Aunque el principal partido de esta rama ultraconservadora y fundamentalista del islam ha dado su apoyo a Abul Futuh, a muchos salafistas les va a resultar difícil votar por un hombre que perciben como «demasiado liberal», y probablemente se inclinen por Mursi. Consciente de ello, los Hermanos presentan a su candidato como guardián de la fe.
Aspira al voto rural que en las parlamentarias votó islamista.
Su campaña toma en teoría el testigo de la revolución contra Mubarak.
Persigue el voto copto.