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Tribuna

El oro marrón

SILVIA TUBIO
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Al sur de la península, las madres están desarrollando un instinto maligno, desnaturalizado por completo pensarán algunos, que les lleva a utilizar a sus propios hijos, aunque solo tengan edad para vestir pañales, en el viejo negocio de bajarse al moro. Algo está ocurriendo para que en estas últimas semanas en las fronteras marítimas con África, se sucedan las detenciones de mujeres con hachís oculto en sus carritos. Hay quien además, como el pequeño carro no tiene capacidad suficiente, agarra a su niño y le adosa algunas placas de oro marrón a su cintura. Las han convencido que los guardias de la aduana nunca sospecharán de una mujer y sus retoños. Error. Las sospechas se ciernen sobre todo el pasaje de cualquier ferry que cruza el Estrecho. Tan solo es una cuestión de probabilidades y dado que los pases de droga están creciendo de forma vertiginosa, éstas se multiplican y los agentes remiran hasta debajo de la toquilla de una anciana. No sería usted la primera yaya que juega a ser la perfecta tapadera.

Tampoco hacen falta sociólogos que aclaren por qué en esta tierra se llega a ese límite. Es tan feo, que la primera reacción es negarlo y pedir otra explicación. Pero ocurre, vaya sí ocurre. Por eso, mejor afrontar el problema y dejarse de análisis de salón y reuniones improductivas. Varias generaciones están en peligro, tentadas a coger el camino del medio. Ése que no requiere esfuerzo alguno para recorrerlo, pero que puede, en cualquier momento, dejarte en la cuneta de por vida.

Esta aberración solo se explica desde la necesidad de quien no sabe qué va a pasar mañana. Los apuros de fin de mes fueron un sueño que duró hasta que la última prestación se pasó por la cuenta corriente. Es el drama de quien nada tiene y que, por tanto, poco puede perder. Su desesperación le hace detenerse, como nunca lo había hecho antes, en las promesas del listo del barrio. Ése que no acabó nunca la escuela, pero tiene grasa suficiente para conducir el coche más molón de la barriada. Ése que te jura que nunca te va a ocurrir nada y que se ríe de ti por aferrarte a tu pobre dignidad. Ése que solo te habla de lo fácil que es ganar 1.000 euros por solo unos cuantas horas, pero que nunca te contará que si te pillan te puedes despedir del oro más preciado. No ése de color marrón, verdadero motor de la economía sumergida de esta provincia, sino el otro que lloriquea en el carrito sin entender nada.