gaditanismo mágico

Los perros y las flautas

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Cuando Zapatero llamó al asunto «escenario de crecimiento debilitado» estuve dos semanas y media riéndome en el sofá de casa, en parte por culpa de la medicación, lo reconozco. Abrí mi libretita por la sección de Eufemismos Directamente Insultantes y subrayé la perífrasis en rojo sangre. Me acordé (discúlpenme el pegote) de García Márquez. Le escuché hace años que cuando los ricos roban a los pobres se llama «hacer negocios» y cuando los pobres se resisten se llama «violencia». También le leí que la realidad no es de quien la hace, sino de quien la nombra. En ‘Cien años de Soledad’ (segundo pegote y segunda disculpa) hay un pasaje en el que, afectados por el insomnio, los habitantes de Macondo pierden la memoria. Tienen que rebautizar entonces cada objeto, cada sentimiento y cada idea, y cada cual lo hace según su criterio, siempre parcial e interesado. En definitiva: todos reconstruyen el mundo según les conviene. «Porque el lenguaje -dijo el Nobel- también es un arma».

Ayer mismo, en un ejercicio de sadomasoquismo imperdonable, me cargué unos 2.567 artículos sobre los ‘perroflautas’ del 15M. Un columnista cazamamuts los llamó «filoestalinistas», otro «anarquistoides», y un tercero, más comedido, calificó el movimiento como «un montón de jóvenes aburridos que hacen botellón con pancartas». Después me entretengo en mirar las fotos. Todas. Las de los periódicos de derechas y las de los periódicos de izquierdas (risas). En la portada de la edición digital de LA VOZ veo un montón señores de cuarenta tacos, estudiantes, abuelitos y varias mujeres que bien podrían ser mi madre, nada sospechosa de filoestalinista anarquistoide y poco aficionada al alcohol, salvo cuando yo le doy motivos para ello (Lo siento, mamá, no volverá a ocurrir, pero suelta ahora mismo la botella). No vi ningún perro. Tampoco ninguna flauta. Así, de antemano.

La de ‘perroflautas’ es una etiqueta eficaz y divertida que sirve, como todas, para enmascarar una realidad compleja, diversa y casi inabarcable. Peligrosa, según para quien. Simplificar facilita la crítica. Este lenguaje, perdonen la incorrección, huele bastante mal. Huele mal la «severa desaceleración» (crisis), huelen mal las «reformas» (recortes), huele mal el «tiquet moderador sanitario» (copago), huele mal «el recargo temporal de solidaridad» (subida de impuestos), huele mal «la flexibilidad contractual» (despido libre), huelen mal los mercados (los especuladores ladrones y ambiciosos de toda la vida, los parásitos sin escrúpulos, los brokers de cuello blanco), huele mal el «impacto asimétrico de la crisis» (tú pide, que pagan los de abajo), y huelen mal, en general, todos los circunloquios, conceptos-parche, neologismos y términos maquillados con los que nos están haciendo comulgar, rueda a rueda, día a día, a los españolitos de a pie.

En fin, que hace una tarde estupenda y voy a ver si incentivo el consumo (un café, cortito y sin alardes), antes de ponerme a higienizar retoños (cambiar pañales) y preparar combinados lácteos (biberones) hasta que se inicie un nuevo ciclo solar (amanezca).

A este juego, queridos míos, podemos jugar todos. La cuestión, básicamente, es quién edita el diccionario.