Reencuentro triunfal de Padilla con sus paisanos
Corta cuatro orejas y Cayetano, dos, mientras Morante se va de vacío ante un destacado encierro de Juan Pedro
JEREZ Actualizado: GuardarTras el tremendo percance sufrido en la pasada feria de El Pilar, reaparecía Juan José Padilla ante sus paisanos. Y lo hacía luciendo en el rostro ese llamativo parche que le otorga a su semblante un sugestivo aire de pirata romántico, de bandolero decimonónico. Y es que hay quien dijo que un torero no es más que un bandolero sin trabuco. Roto el paseíllo, el público tributó a Padilla una calurosa ovación, que fue correspondida por un saludo en el tercio en el que hizo partícipe a sus compañeros de terna.
Mediante unas ajustadas verónicas saludó el jerezano al primero de la tarde, que tomó con largura el capote. Se señaló con levedad la vara, como ha sido habitual en todos los toros de la feria. Y como esta tónica parece costumbre arraigada en la mayoría de los festejos, habría que ir pensando en aligerar tanto despliegue ecuestre, con su aparatosidad de petos, picas, monas, castoreños, que no posee ya función alguna.
Solvennte ejecución y trasera colocación en un aplaudido tercio de banderillas, que dio paso un trasteo de muleta donde pasó a su enemigo en redondo con series que resolvían con martinetes y pases de pecho. Más rebrincado se mostró el animal cuando Padilla ensayó el toreo al natural, por lo que pronto volvió a la mano diestra para rematar su labor. Pero su oponente había perdido ya el escaso brío del que gozara. Un animal noble y descastado que acabó el trasteo como los mansos, aculado en tablas. Un pinchazo y una estocada acabaron con él.
Con dos largas cambiadas recibió al cuarto, al que bajó luego los brazos en entregadas verónicas. Estampó después su sello luminoso con un quite por faroles alternados con navarras y volvió a conmover a la concurrencia con la espectacularidad consabida en le tercio de banderillas. Lo intentó, afanoso, pañosa en mano, pero el toro, ayuno de casta y de cualquier atisbo de poder, se paró muy pronto. Al jerezano sólo le cupo el recurso del arrimón y de los desplantes postreros para agradar al paisanaje. Cerró su labor con una estocada trasera y caída.
No se acopló Morante de La Puebla en su saludo capotero con el anovillado ejemplar que hizo segundo. Pero en el último tercio, unos muletazos y adornos de chispazo sublime constituyeron el prólogo de una faena salpicada de pases profundos y bellos por ambos pitones. Dibujó auténticos carteles con la rotundidad de algunos naturales y la majestuosidad de instantes de inspiración. Si bien, la desrazada condición de la res impidió una culminación compacta de su labor. Volvió a mecer con garbo la verónica al recibir al quinto, lo que hizo albergar esperanzas a la afición de presenciar algo grande del artista Morante. Pero el animal perdió enseguida su acometividad, se mostró renuente en tomar el engaño y el de La Puebla no lo vio claro. Optó por tomar raudo la espada, con la que dio un auténtico recital.
Sorprendió Cayetano con una arrebatadora y variada exquisitez capotera, al veroniqear con garbo y cadencia de brazos a su primer enemigo, gallear con galanura con pases de frente por detrás y quitar después con un afarolado rodilla en tierra que remató por delantales. Muleta en mano, inició el trasteo de hinojos, actitud en la que encadenó cuatro pases en redondo de extraordinario mérito. Erguida la posición, continuó con un toreo templado por ambos pitones hasta que el toro, obediente, noble y repetidor hasta entonces, comenzó a perder interés en perseguir el engaño. Cuando citaba algo descubierto fue alcanzado por el astado de manera seca, a raíz de la cual se le aplicó un torniquete en la pierna derecha para poder culminar su la labor.
Repuesto, al parecer, del percance, recibió a porta gayola al sexto, en viva estampa que tantas veces rubricara su padre, Paquirri, y veroniqueó flexionada la pierna contraria, suerte que inmortalizara su abuelo, Antonio Ordóñez. El escaso motor y menos casta de su enemigo restó trascendencia a un trasteo de muleta que no alcanzó momentos de verdadero lucimiento Pero Cayetano mató a la primera y, en línea con la dadivosidad presidencial durante toda la feria, se le concedieron las dos orejas.