Testimonio de protesta
El 15M aumenta la razón de su contestación mientras se aleja de ser una alternativa
Actualizado:El primer aniversario del Movimiento 15-M dio lugar ayer a marchas y concentraciones que evocaron las acampadas iniciales de los 'indignados'. Su extensión por distintas ciudades españolas y el seguimiento que la convocatoria obtuvo en otras capitales del mundo desarrollado fueron el reflejo de una contestación cuya presencia en la sociedad y en la calle no debería reducirse a un problema de orden público. Ni quienes auspician la insumisión respecto a las normas legales y a las resoluciones administrativas que tratan de limitar los efectos de las concentraciones sobre los derechos que asisten a los demás ciudadanos pueden adueñarse del sentido último de las citadas movilizaciones, ni el celo institucional debería acotar su incidencia hasta relegar los derechos de expresión y reunión a un segundo plano de las libertades públicas. Un año después de su surgimiento las consignas que ayer animaron las marchas y convocatorias del 15M demuestran que se enfrenta a una paradoja imposible de sortear, puesto que los acontecimientos posteriores de ajustes y recortes en el ámbito de los derechos y prestaciones sociales refuerzan la razón moral que asiste al movimiento, mientras que sus postulados se van distanciando de la posibilidad de que ofrezca alguna alternativa viable a las políticas que predominan frente a la crisis. Si la repercusión que alcanzó el 15M como un fenómeno que parecía superar los cauces de la democracia representativa no tuvo efectos significativos en el comportamiento de los electores en los dos comicios siguientes -las autonómicas y locales primero y las generales después- sus artífices y seguidores deben reflexionar sobre la naturaleza del movimiento que animan y su eficacia real más allá de la legítima exteriorización del hartazgo social. Las disensiones surgidas en su seno constatan, de una forma u otra, las dificultades que rodean al 15M para convertirse en un movimiento verdaderamente alternativo. Cuando menos los participantes en el mismo tendrían que aceptar que sus límites a la hora de cambiar las cosas son parejos a la impotencia que refleja la política democrática para corregir las disfunciones y las injusticias que acarrea el propio sistema en crisis. Aun a riesgo de que tal toma de conciencia les lleve, de forma individual o colectiva, a renunciar a la protesta testimonial.