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Casta y nobleza de tres toros
Rivera Ordóñez y El Cid cortan una oreja en un buen encierro de Manolo González
JEREZ. Actualizado: GuardarTarde de palmeras despeinadas y de inquieta agitación de banderas. Tarde canicular y ventosa que pareció desplazar a muchos aficionados a lejanas latitudes, debido al mucho cemento que se observó en los tendidos. Incómodo meteoro el viento, que soplaba con fuerza en el desabrigo de los medios y obligaba a los espadas a plantear los trasteos en los terrenos de dentro, donde los toros aprietan a favor de querencia.
Mediante verónicas y delantales recibió Rivera Ordóñez al ejemplar que abría plaza. Toro al que, en honor al pseudónimo paterno con el que ahora se anuncia, banderilleó con pulcritud pero sin apreturas en dos pares al cuarteo y un tercero al violín. Suerte que repetiría con el cuarto, para agrado y regocijo del respetable. Frente al primero, de embestida repetidora y noble, Rivera elaboró un trasteo basado en toreo en redondo, en el que primó la cantidad sobre la calidad de los muletazos. Labor aseada pero carente de ceñimiento que dejó cierta sensación de frialdad en el ambiente.
Ante su segundo oponente, un bello ejemplar de capa sarda, inició el trasteo de hinojos, pero ya en actitud erguida, le fue imposible hilvanar faena por la aspereza y escasa acometida que presentó el animal.
Saltó al ruedo en segundo lugar un toro burraco que, como dicta la tradición de su encaste Núñez, salió reiteradamente suelto de los capotes. Hasta que El Cid lo sujetó con el poderío de sus verónicas de manos bajas. El de González llegó al último tercio con una acometida vibrante, pronta y encelada, que el de Salteras aprovechó para encadenar tandas ligadas de derechazos, que poseyeron cierto empaque y brillantez. Goteó el lucimiento en aislados episodios de toreo al natural, pero pronto volvería a la mano diestra para rematar su labor.
Meció la verónica con verdadero garbo y aroma al recibir al quinto de la tarde, un bravo colorado que derribó al varilarguero tras arrancarse de largo y que imprimió sensación de importancia y verosimilitud a cuanto aconteció en su lidia. Toro exigente con el que Manuel Jesús tardó en encontrar el acoplamiento, que llegó, por momentos, cuando manejaba la franela con la diestra. Dilatada faena, en la que exprimió hasta la última acometida del encastado animal. Adornos y circulares precedieron a un pinchazo y una estocada atravesada con la que despachó a un ejemplar franco, noble y encastado. Merecedor, sin duda, de la póstuma vuelta al ruedo con la que fue premiado.
Muy pocas fuerzas presentó el bonito colorado que hizo tercero, con el que Daniel Luque fraguó una labor con el engaño a media altura para favorecer la tracción del animal. Naturales sueltos con cierto atisbo de cadencia y trincherillas con sabor constituyeron los únicos pasajes reseñables de una actuación anodina. Destacó el sevillano en un ajustado quite por verónicas al sexto, burel que había recibido una vara en todo lo alto tras arrancarse de lejos con el emotivo ímpetu de la raza. Pañosa en mano, Luque verificó series por ambos pitones en las que el toro, cada vez más renuente en su embestida, restaba progresivamente interés a su labor. Insistió con denuedo el torero en busca de un lucimiento que su oponente le negaba con un comportamiento cada vez más mortecino.