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El presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, y su homólogo chino, Hu Jintao, brindan durante un encuentro la semana pasada en Pekín. :: REUTERS
MUNDO

El inmenso legado de Zheng He

El conflicto sudanés ha puesto de manifiesto la enorme influencia económica y política de China en África

GERARDO ELORRIAGA
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Una pequeña moneda china acuñada a principios del siglo XV sostiene la hipótesis de que Zheng He, un navegante llegado desde la corte imperial de Pekín, arribó con una flota de doscientos barcos a las costas del Índico varios decenios antes de que lo hiciera el marino portugués Vasco de Gama. La pieza fue hallada hace dos años junto a restos de cerámica procedente de la dinastía Ming en un yacimiento situado en el antiguo sultanato de Malindi, hoy parte de la república keniana. El descubrimiento podría cambiar la historia del continente.

En cualquier caso, si el gigante oriental no ha transformado el pasado de África, no hay duda de que el futuro se encuentra en sus manos. El país es el segundo socio comercial y ahora también un importante agente político. Solo China, en sorprendente colaboración con Estados Unidos, puede impedir que Sudán y Sudán del Sur no se precipiten en una nueva contienda de grandes proporciones.

El ascendiente sobre los dos rivales surge como fruto de una sólida base comercial. Ambos escucharán atentamente las recomendaciones de Zhong Jianhua, el enviado especial del presidente Hu Jintao, porque China es el principal comprador de crudo y su mayor fuente de recursos. A la potencia asiática tampoco le conviene que sus ministros corran peligro por un conflicto ubicado, curiosamente, en las principales zonas de extracción. La paz resulta esencial para que el oro negro siga circulando por oleoductos construidos por trabajadores llegados de Oriente.

La implicación de Pekín resulta novedosa por su abierto protagonismo, aunque existen antecedentes del apoyo, plenamente interesado, a Jartum. El país impuso el veto en el Consejo de Seguridad para evitar sanciones contra el Gobierno sudanés de Omar al-Bashir y sus suministros de armas han superado todos los boicots aplicados contra un régimen acusado de genocidio en Darfur. El caso sudanés evidencia la creciente proyección internacional de China, con especial incidencia en África. Su presencia, relativamente reciente, se ha convertido en un fenómeno sin precedentes por la magnitud económica alcanzada en un breve plazo de tiempo. En 2005, los intercambios suponían un montante de 30.180 millones, triplicando el balance de principios de siglo. Tan solo tres años después, el total supera los 80.000 millones y se prevé que se doblen antes del 2020. Hoy, las inversiones directas rebasan los 24.000 millones y se estima que 2.000 empresas orientales trabajan en el continente.

Pragmatismo y rentabilidad

Poco queda de la primera e ideologizada conexión de Pekín con el mundo negro. La conferencia de Bandung en 1955, germen del movimiento de los no alineados, dio lugar a un modelo de relación que, desde el compromiso político, aspiraba a apoyar a Estados recién nacidos y aún controlados por sus respectivas metrópolis. Su penetración también se supeditaba a las necesidades estratégicas de la guerra fría, que convirtió a África en uno de sus mejores e impunes escenarios de lucha.

En los años ochenta, el definitivo arrumbamiento del maoísmo dio paso a un país imbuido en un capitalismo feroz y desbocado crecimiento. China siguió prestando atención y fondos para las infraestructuras, los equipamientos sociales y las demandas formativas de las jóvenes repúblicas, pero sus intereses económicos dictaron nuevas pautas. La primera fue el petróleo. El Gran Dragón se alió con la dictadura sudanesa y apoyó al régimen corrupto angoleño, su principal abastecedor de crudo, antes de diversificar sus requerimientos. Actualmente, lo adquiere también en Guinea Ecuatorial y Gabón, ha iniciado una ambiciosa prospección marítima en Nigeria y lleva a cabo también exploraciones en el Sahel y Etiopía.

Solo fue el comienzo. Más tarde, llegaron el cobre de Zambia, el cobalto de Congo o las maderas preciosas de Mozambique y, en último término, puso en marcha una gigantesca operación para hacerse con tierras destinadas a satisfacer su ingente demanda interna. China es uno de los principales clientes de esta operación que ha llevado al mercado 50 millones de hectáreas y en la que también han participado Corea del Sur, India, Pakistán y los emiratos del Golfo Pérsico. La presencia del gigante se ha extendido por el Magreb, con especial incidencia en Argelia y Egipto, y se ha consolidado con Sudáfrica, su principal aliado en el subcontinente y con quien comparte intereses.