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Editorial

Los silencios de Rajoy

La posesión de la mayoría absoluta no inmuniza contra el desgaste

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El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tiene una forma peculiar de comportarse políticamente, que gusta de enmascarar bajo la pátina del galleguismo. Poco locuaz, es de los que piensan que los silencios son a menudo más expresivos que las disquisiciones, y, al contrario de que lo hizo su predecesor, él ha delegado en su equipo la explicación al país de las grandes medidas que está aplicando para combatir la crisis, en su inmensa mayoría ignoradas o rechazadas explícitamente en el programa electoral, del que ya no quedan ni los vestigios. En el reportaje que hoy publica este periódico, se pasa revista a la comunicación que Rajoy ha mantenido con el país desde su acceso al poder: ha dado 16 ruedas de prensa -solo cuatro en España-, siempre en presencia de un jefe de Estado o de Gobierno de otro país, escenario que le proporciona un formato muy cómodo en el que las preguntas están limitadas. Además, su partido ha vetado por dos veces sendas solicitudes de explicaciones en el Congreso. Y las cámaras registraron una espantada no muy atinada en el Senado, cuando escapó por el garaje del asedio de los periodistas que reclamaban su opinión sobre los recortes en sanidad y educación. El PP posee holgada mayoría absoluta, por lo que puede elegir con total libertad la estrategia de poder y de comunicación que crea. Sin embargo, la mayoría no inmuniza contra el desgaste, y es opinable que este se reduzca cuando Rajoy elude ofrecer explicaciones y asumir responsabilidades. Los asesores presidenciales afirman que Zapatero se inmoló innecesariamente cuando asumió en persona la paternidad de todas las decisiones impopulares que adoptó. Tales aseveraciones son en cualquier caso ambivalentes: hay quien piensa que la sinceridad de los políticos al reconocer rectificaciones y errores es reconocida por el electorado. En política, suele cumplirse el shakesperiano aserto «bien está lo que bien acaba». Es decir, que la estrategia de Rajoy lo convertirá en un héroe si, como todos deseamos, la realidad acaba demostrando lo acertado de la amarga medicina que está suministrando al país. En caso contrario, ni la mayor vehemencia podría impedir la censura de la sensibilizada opinión pública, atónita por el mal trago.