PAN Y CIRCO

EL CÁDIZ B

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Aunque los titulares de la semana los hayan acaparado el duelo dialéctico que han mantenido Teófila Martínez y Quique Pina o los sonoros batacazos de FC Barcelona y el Real Madrid, ha habido una noticia que ha pasado casi desapercibida entre la actualidad más mediática, pero que a la larga será un hecho del que habrá que congratularse por su trascendencia. Que el Cádiz B se haya asegurado la permanencia en el Grupo X de Tercera División, después de una temporada en la que ha venido coqueteando más de la cuenta con la zona más delicada de la tabla, es una verdadera satisfacción. En los tiempos de bonanza económica que nos tocó vivir en la década de los 90, el filial amarillo era prácticamente la joya de una corona que Manuel Irigoyen paseaba con orgullo por toda España con Kiko Narváez como punta de lanza. 20 años más tarde, lo que nos queda es la sombra errática de un equipo que sobrevive a duras penas después de atravesar un camino de espinas entre la UCI y una respiración asistida al borde de la muerte deportiva. Como en el caso del primer equipo, el señor Pina ha venido a darle una engañosa inyección de vitaminas, a base de jugadores de sus distintas camadas que ya se encargarán él y sus compañeros de negocios y cuentas bancarias de ir repartiendo por toda la geografía futbolística a poco que despunten vestidos de amarillo.

El Cádiz B es, a la postre, un fiel reflejo del club al que representa. Una entidad estructuralmente agotada, con sus arcas llenas de telerañas, un futuro más negro que el de Valentino Rossi en Ducati, pero con ciertos elementos inexplicables que hacen que no se haya ido al garete o porque Dios y Teófila todavía no lo han querido. Y es que el estadio Carranza se ha convertido en un marrón, pero a la vez en una póliza de seguro. De momento, toca felicitar a Juanma Carrillo y sus pupilos por darnos la primera gran alegría.