El negocio motero
Actualizado: GuardarLos hosteleros gaditanos no levantan cabeza. De nuevo el mal tiempo se ha aliado con los efectos de la crisis para frustrar las expectativas de negocio que tenían depositadas en la celebración de la Motorada. La concentración de aficionados a las dos ruedas ha sido menor que en otras ediciones, un descenso que se ha notado tanto en los alquileres como en el consumo. Esta misma situación ya se vivió la pasada Semana Santa. La lluvia provocó entonces una cancelación de reservas y aguó la fiesta a bares y restaurantes. El sector servicios se ha convertido en uno de los motores a ralentí de la economía gaditana tras la debacle de la construcción y el destrozo que sufre el tejido industrial de la Bahía, sin embargo, los empresarios no se atreven a abrir la mano de la contratación. Las expectativas se frustran cada vez que aparecen las nubes en el horizonte, igual que ocurre cuando llueve a destiempo en el campo, que más que beneficiar, arruina a los agricultores.
La hostelería gaditana tiene ahora otra oportunidad de salvación con las ferias que alumbrarán varios municipios a partir de mañana. De lo contrario, solo queda esperar al verano y rogar que las vacaciones vengan con ánimo de consumo, de lo contrario, la hostelería seguirá con problemas.
La Motorada ha dejado un sabor agridulce en el capítulo económico, mientras que la nota discordante se ha repetido, como es tradicional, con las acciones de algunos gamberros. Se ha demostrado que las peñas moteras que acuden a esta fiesta son grupos organizados, que muestran sensatez y que vienen a disfrutar del espectáculo. Otra cosa bien distinta es el aficionado espontáneo que aprovecha la ocasión para quemar rueda. De nuevo, El Puerto ha blindado el centro de la ciudad al acceso de los motos y esta medida tiene sus antecedentes en la sentencia que ganó un vecino de la Ribera del Marisco, que cansado de aguantar el ruido de las motos acudió al juzgado. El estruendo le obligó a a salir de su casa durante la celebración de la Motorada. El espectáculo tiene que ser para todos igual y su celebración debe conjugar los principios de respeto y fiesta sin atentar contra los intereses de ningún vecino.