La revolución de los 'intocables'
Las castas bajas de Nepal se rebelan contra las costumbres que les han condenado a la pobreza y marginado durante décadas
MAHOTTARI.Actualizado:La revolución comenzó de forma casi fortuita, por una inesperada chispa: Phayumiya Mahra Ram se negó a hacer su trabajo. El hecho no habría tenido mayores consecuencias si no fuera porque este hombre pertenecía a la casta chamar, una de las 22 que dan forma al grupo de los dalit, considerados 'intocables'. Y porque la labor que se negó a llevar a cabo es la que le exigía desempeñar la rígida sociedad nepalesa: deshacerse de los cuerpos de animales muertos.
Sorprendido, el exministro de Industria, para el que trabajaba por una miseria, lo despidió. Además, mandó que le dieran una paliza. Craso error. Los chamar hicieron piña por primera vez en la historia, y se plantaron. Huelga. «Hubo muchas discusiones en el pueblo, pero al final determinamos que el origen de nuestra discriminación estaba en el trabajo que nos obligaban a hacer», recuerda Baldev Ram, uno de los pioneros de un movimiento que ahora está prendiendo también en la vecina India. «Fueron días muy duros, ya que perdimos nuestra fuente de ingresos y las castas altas contraatacaron impidiéndonos comprar en sus establecimientos o incluso cruzar por sus tierras. Pasamos hambre».
Pero no cedieron. Tomaron las calles y gritaron sus demandas. «Buscamos la igualdad de oportunidades, el acceso a la educación y la concesión de las tierras que el feudalismo nos ha negado, porque vivimos en el terreno de otros y eso nos hace especialmente vulnerables a la expropiación y el abuso», confiesa Ram. Los 'intocables' habían sido siempre los responsables de limpiar de cadáveres campos y granjas, y los chamar eran los encargados de vacas y búfalos.
Las mujeres dalit, por su parte, solo podían relacionarse con otras de castas más altas en los siete días siguientes a que las últimas dieran a luz. «Hacían de matronas y luego cuidaban de madre e hijo. Masajeaban a la mujer, preparaban la comida, y hacían las labores domésticas durante la convalecencia. Pero luego la rociaban con agua bendita y ya no podía acercarse más a la casa en la que había prestado sus servicios, gratis». Sin duda, los dalit eran poco más que esclavos de los terratenientes.
«Hubo un tiempo en que los chamar tenían que comerse incluso los animales muertos, porque de lo contrario morían de hambre. Nuestros tatarabuelos lucharon contra aquello y ganaron dignidad. Pero quedaba mucho por hacer», explica Ram. Así, el año 2000 vio nacer la segunda parte de una rebelión a la que todavía le queda un largo recorrido. «Hemos conseguido erradicar algunas prácticas altamente discriminatorias, pero, aunque ahora es difícil verlas en público, persisten en círculos más privados».
Trabajos agrícolas
Muchas veces, los dalit se ven forzados a comer aparte en establecimientos regentados por castas altas, se les impide rezar con el resto, y se veta su acceso a los empleos mejor remunerados. Incluso tienen dificultades para utilizar los pozos de agua comunales. Como asegura Sada, un 'intocable' de los alrededores de Mahottari, los terratenientes les pagan 8 kilos de arroz o no más de 200 rupias (2 euros) al mes por trabajar su tierra. «No tenemos acceso a más».
Así, no es de extrañar que los dalit todavía vivan en pueblos apartados del resto, en una realidad paralela. Es fácil dar con ellos: son siempre los más pobres del lugar. Sus asentamientos no son ilegales, pero sí irregulares. Porque ellos rara vez poseen propiedades. Buen ejemplo de ello es una pequeña aldea en la que viven unos 300 chamar. El propietario del terreno sobre el que ha sido construida, un terrateniente de la capital, Katmandú, lo ha vendido para fines agrícolas sin tener en cuenta que allí vive gente. «Defenderemos nuestro hogar como sea, pero somos conscientes de que nuestra lucha no importa a nadie porque somos escoria», comenta Ram Lokham, director del Movimiento para los Derechos de la Tierra.
La percepción que la sociedad tiene de los dalit se refleja a la perfección en el reciente caso de un joven 'intocable' que mantenía una relación sentimental con una chica de casta superior. «La familia de ella se citó con el chaval en un campo», relata Umesh Kumar Visunke, otro de los activistas chamar. «Allí le apalearon y le obligaron a beber veneno. ¡Cómo se le pudo ocurrir considerar siquiera la idea de estar con su hija!, dijeron después. El joven llegó muerto al hospital y la Policía se apresuró a incinerar el cadáver para que no hubiese pruebas. El informe oficial asegura que se suicidó».
Por razones como esta, la ONG local Djkyc -asesorada legalmente por Action Aid y financiada por la española Ayuda en Acción- exige a las autoridades locales que expidan certificados de residencia a quienes viven en asentamientos de este tipo. «Se niegan para impedir que podamos bloquear la venta de terrenos, pero es un derecho básico que nos están negando». Y, conscientes de que con manifestaciones no van a llegar a ninguna parte, han pasado a la acción. «Hemos clausurado ya 70 oficinas gubernamentales y no las abriremos hasta que acepten expedir los certificados que nos libren de convertirnos en nómadas forzosos».
Inspirados en Gandhi
Aunque Nepal ha firmado y ratificado la mayoría de los documentos internacionales sobre derechos humanos, la discriminación de las castas continúa. «Los gobernantes son siempre de castas superiores y por mucho que la Constitución diga lo contrario, han pisoteado nuestros derechos de forma continua», denuncia Lokham.
El activista recuerda los dramáticos momentos vividos durante el cénit de la guerra civil que enfrentó durante una década -y hasta 2006- al Ejército y los rebeldes maoístas. Algunos de los 10.000 muertos que dejó el conflicto fueron chamares que nada tenían que ver con las disputas políticas que acabaron con la monarquía en el país del Himalaya. «Más de 40 miembros de nuestro movimiento fueron asesinados por tropas que el Gobierno utilizó con la excusa de la guerra para aplastar nuestras demandas», asegura.
Afortunadamente, una comisión de Derechos Humanos formada para atajar el problema sirvió para detener los ataques. Y los dalit han tomado el ejemplo de Gandhi y nunca utilizarán la violencia. «Contamos con el apoyo de otros grupos no dalit, como los de minorías étnicas o estudiantes, y estamos tratando de unirnos con objetivos comunes para ejercer mayor presión política sobre el Gobierno y conseguir que la nueva Constitución avale nuestros derechos. Pero tenemos que hacerlo sin violencia, porque si comenzásemos a matar a gente no podríamos volver a integrarnos nunca más en la comunidad».