¿Se rompió el hechizo?
Actualizado:«No se esperaba una reacción tan fuerte», cuenta José Cusí, íntimo del Rey. Otros, como Peces-Barba, aventuran que le ha costado «trabajo» pedir disculpas. En La Zarzuela quieren que su agenda refleje a partir de ahora todos sus viajes, los públicos y los privados
El Rey también está dolido. No se esperaba una reacción tan fuerte. El lunes no entendía a esa España que ha viajado de la adhesión absoluta a una bronca monumental en menos de lo que cuesta cazar un elefante y sufrir un bochornoso traspié. El miércoles, con la cadera derecha nueva y ese malestar oculto, pidió perdón en un ejercicio de humildad y responsabilidad sin precedentes en el país, consciente de que hoy los debates son instantáneos y poco sofisticados en los mensajes. Ha sufrido una semana de crisis en la que su íntimo amigo José Cusí, armador del ‘Bribón’ y compañero de tantas aventuras náuticas, le ha llamado varias veces al día. «Los que le queremos le hemos apoyado como nunca. Al final, le he visto animado, pero también un poco fastidiado. De verdad, no se esperaba algo así, tan grave. Yo he viajado mucho con él y la admiración que se tiene por él en el mundo es enorme. Somos la envidia de una monarquía perfecta, con un rey tan discreto como persistente en su trabajo por favorecer los intereses del país. Se vio obligado a retrasar las vacaciones de Semana Santa por su viaje a Kuwait. Si se hubiera quedado tomando el sol en Lanzarote o esquiando en Baqueira...».
La crisis de los elefantes empezó, sin quererlo, a gestarse en Kuwait. Con un viaje tan discreto e imprevisto como el de Botsuana, sin ningún tipo de anuncio en la agenda oficial. El 4 de abril, la Casa del Rey, apurada por las fotos del encuentro que habían colgado en la red las autoridades kuwaitíes, emitía un comunicado con detalles significativos. Pero invisibles para muchos de los que claman ahora transparencia en todos los movimientos reales. La nota relataba que don Juan Carlos había efectuado un viaje de trabajo de 24 horas a ese país para pedir petróleo y sortear así los embargos que prevé imponer Irán, nuestro principal suministrador de crudo. Se precisaba que el monarca viajó sin ministro alguno, en contra de lo que dice la Constitución, pero Rajoy estuvo «permanentemente» informado. La visita se enmarcó en el papel que el Gobierno español ha asignado al Rey en el desarrollo de la política exterior y económica por sus excelentes relaciones con las monarquías del Golfo Pérsico.
El lío de Kuwait
¿Por qué tanto detalle si todo el que debía estar informado lo estaba? Quizás, no tanto. «La verdad es que nosotros nos enteramos casi cuando estaba de vuelta. En la agenda oficial hay días que no aparece nada, pero eso no quiere decir que no pase nada. Ahora va a haber más transparencia, vamos a completar esa agenda, suministrando más información. Estamos viendo cómo y cuándo», tratan de concretar en la Zarzuela. Màrius Carol, uno de los periodistas que mejor conoce a la Familia Real después de seguirla por medio mundo para ‘La Vanguardia’, aclara que el Rey cuenta «muy poco a sus colaboradores de su vida privada. Saben dónde está, pero justo, justo».
Las cosas van a cambiar. La disculpa en muletas ha mitigado la crisis, pero los asesores reales son conscientes de que «no es suficiente». El único español absolutamente inviolable ante la ley, el único al que ningún juez le puede imputar delito alguno, va a tener que contar dónde está en cada momento. Aunque no con quién.
El cambio de rumbo en la Casa Real ya empezó con la publicación de las cuentas globales de su presupuesto –8,8 millones de euros–. Y virará más con la notificación de todos los viajes del monarca. Sean de trabajo o de vacaciones. Será más discreto con las amistades personales que le acompañan, pero no renunciará a ellas. Una de las más comentadas esta ‘semana horribilis’ es la que mantiene desde hace años con la alemana Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, princesa por su segundo matrimonio. Organiza cacerías, participó en la de Botsuana y la prensa sensacionalista alemana acaba de ventilar una foto suya, tomada en Stuttgart en 2006, recibiendo honores militares junto al Rey de España, en la alfombra roja. Al parecer, Corinna no llegó en el viaje junto al monarca, sino que formaba parte de la comitiva de bienvenida.
En ese esfuerzo de recuperar como sea la imagen del monarca –durante sus casi 37 años de reinado jamás había sufrido un deterioro tan profundo– se ha confirmado que el empresario Mohamed Eyad Kayali pagó la excursión africana, incluido el avión y el campamento. Casado con una española, y con propiedades en Madrid y Marbella, suele representar a los monarcas de Arabia Saudí en España.
«No hay actos privados»
La preocupación, cuando no indignación, por la trascendencia de la lujosa cacería el mismo día en que conocíamos que 2 millones de españoles se quedan con una mano delante y la otra detrás al perder la cobertura del desempleo, lleva a retratarse a personas en situaciones increíbles. El miércoles por la tarde, dos horas después de las once balsámicas palabras que quedan para la historia –«lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir»–, Gregorio Peces-Barba ingresaba en un hospital madrileño deshidratado. Pero no apagó el móvil. «Al Rey le ha costado trabajo decir lo que ha dicho, seguro, pero no le ha quedado otro remedio. De alguna manera demuestra que se ha equivocado y también el sentido de la realidad que tiene. No puede irse nunca en un viaje privado sin que se sepa. No hay actos privados, son siempre públicos porque afectan a la institución». El catedrático, expresidente del Congreso de los Diputados y uno de los siete padres de la Constitución, deja entrever, no obstante, que la conexión entre La Moncloa y La Zarzuela, los dos palacios más importantes del país, es mucho más intensa de lo que aparenta a veces. «Incluso las directrices del discurso de Navidad salen del Gobierno. El Ejecutivo le puede decir al Rey lo que quiera. Pero hay un respeto... aunque no siempre».
Peces-Barba refresca la anécdota de La Habana con Aznar. Don Juan Carlos quería ver a Castro y el expresidente popular le respondió en rueda de prensa: «(Irá) cuando lo diga el Gobierno». Al final viajaron los dos matrimonios. Y cuando se dieron un paseo un tanto forzado por El Malecón, «a Aznar se le ocurrió quitarse la chaqueta y el Rey le dijo: ‘José María, póntela’. Pero no le hizo caso y siguió el paseo en camisa. El monarca no tiene ‘potestas’ pero sí ‘autoritas’, y yo creo que hay que respetarle».
Los medios de comunicación lo han hecho hasta hace poco, como bien dice Elsa González, presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España. «La Monarquía ha gozado de bula mediática, con privacidad y respeto en las informaciones. El pacto político que desembocó en la Carta Magna se extendió, de forma tácita, a medios y periodistas. Con objeto de salvaguardar la estabilidad del país se preservó la Monarquía para defender la democracia. Pero las libertades en España han ido fortaleciéndose, haciendo callo, al tiempo que crecía la Familia Real ycomenzaban a conocerse desmanes o motivos para la crítica».
Porque no ha sido la primera cacería en Botsuana. El monarca perseguía elefantes en agosto de 2005, cuando 17 militares españoles perdían la vida en el accidente de un helicóptero en Afganistán. Angustiado, tuvo que hacer las maletas a todo correr. ¿Pero se acuerda alguien? El safari de la semana pasada tampoco ha supuesto el primer traspié mediático. Javier de la Rosa, empresario catalán hoy en prisión, le regaló a don Juan Carlos un Porsche 959 en 1988. El que conducía, con la infanta Cristina sentada a su lado, por el pirineo leridano a velocidad de crucero cuando patinó con una placa de hielo y tuvo que ser atendido por la Cruz Roja. La imagen al volante del impresionante deportivo chirrió, pero no desmoronó el prestigio de la Corona como ha ocurrido ahora.
Ha habido más coches, incluido un Bentley Continental, yates, joyas, casas –las de Lanzarote y Marivent– y el intento por parte de varios gobiernos de regular de alguna manera la delicada cuestión de los regalos. El primero en planteárselo fue Felipe González y fracasó. Al final, se arbitró la fórmula de adscribirlos todos al Patrimonio Nacional.
Con la marejada que arrecia en los tribunales de Palma de Mallorca, incluso ha renunciado a uno de los que más ilusión le podían hacer: el velero ‘Fortuna’ con el que regateó en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972. Un grupo de veintinueve empresarios y personalidades relacionadas con la náutica, capitaneadas por su buen amigo José Cusí, restauraron el barco para regalárselo el pasado noviembre. El mes que estalló el escándalo de su yerno, Iñaki Urdangarin. El Rey cedió el velero al Museo Olímpico de Barcelona.
Por pillarle, al Jefe del Estado le han sorprendido hasta en cueros. Una publicación italiana le cazó sin bañador al sol. «Y él comentó: ‘¿fue antes o después de la liposucción?’», recuerda el periodista Màrius Carol. Y no es broma, se la ha hecho.
Pero los chistes los hacen ahora los demás, «a veces de forma bochornosa». Inocencio Arias, jubilado de la diplomacia en 2010, después de haberla ejercido en Bolivia, Argelia, Portugal y Estados Unidos, sigue tan plástico en sus explicaciones. «La pérdida de confianza de la sociedad en la Monarquía no es irreversible, pero es una dentellada buena. Qué duda cabe de que hay un antes y un después del elefante. Ha terminado por abrirse la veda respecto a la bula de la que ha disfrutado don Juan Carlos».
Argentina, Bush y el AVE
En estos días de gatillo fácil, precedidos de la publicación de un libro que ahonda en asuntos íntimos, se ha hablado mucho de pasiones reales, pero poco de sus logros. «Él jamás ha dudado en hacer lo que le ha pedido el Gobierno. Tiene una gran mano izquierda para la arena internacional. Su mayor pasión es defender España», ensalza Arias. Le recuerda en Argentina, desgraciadamente también de moda, «vendiendo nuestra recién estrenada democracia ante los militares». O cuando andaban juntos por Guinea y «Barcelona consiguió la Copa de Europa. Estaba contento como un niño, y eso que el fútbol no es su deporte favorito». Sevilla celebra ahora el 20 aniversario de su ‘Expo’, ese año mágico de las Olimpiadas en el que «la mano izquierda, los contactos y la influencia del Rey fueron determinantes».
Sin duda, su prestigio tiene mucha solera. «Don Juan Carlos ha sido y es un gran activo de España en las relaciones internacionales en todos los planos», defiende el presidente de Coca-Cola en España y Portugal, Marcos de Quinto. Su imagen como embajador ya sea para negociar el AVE de La Meca o engrasar las relaciones con EE UU celebrando el día de Acción de Gracias en el rancho Crawford, cuando Bush no le descolgaba el teléfono a Zapatero, es «impagable», coinciden juristas, diplomáticos y políticos de todos los colores. Pero discrepan sobre la idoneidad de acotar más su figura en el traje de la Constitución. Algunas costuras parecen un poco flojas.
Aunque otro de los padres de la Carta Magna, el catedrático Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, la defiende a capa y espada. «La Monarquía no tiene que ser modernizada. Es la más moderna de Europa en su regulación y funcionamiento. Las relaciones entre el Rey y el Gobierno están suficientemente claras, aunque hay supuestos expertos que todavía no se han enterado. Hay quien ataca a la Monarquía porque lo que quiere es cargarse la democracia. No hay que mirar más que los antecedentes a la izquierda y, más aún, a la derecha».
¿Y una mayor nitidez? La mayoría de los editoriales de la semana han reclamado la inclusión de la Casa Real en el anteproyecto de Ley de Transparencia, aprobado por el Consejo de Ministros el pasado 23 de marzo. En estos momentos, deja a la Corona fuera «porque no es una administración pública». Pero tampoco lo son, en el sentido más estricto, el Congreso, el Senado y el Consejo General del Poder Judicial.
El debate es intenso. Los menos, como Herrero y Rodríguez de Miñón, abogan por no mover nada. «Ninguna casa real está sometida a una Ley de Transparencia que implique la vida personal de sus miembros. Tampoco lo está ninguna presidencia de la República de Europa». Los más, incluido Peces-Barba, no ven mal que La Zarzuela pase por el aro. «Se haría flaco favor a la institución no incluyéndola en la ley. Hay tiempo para hacerlo y el propio monarca haría bien en sugerirle al Gobierno que reflexione sobre esto. Desde hace años un interventor controla las cuentas de La Zarzuela, y el montante global también es público. No les va a suponer mucho más», invita Yolanda Gómez Sánchez, catedrática de Derecho Constitucional en la Uned.
La Reina y la sucesión
¿Y el Príncipe? Seguirá siendo una incógnita si ha sido quien definitivamente ha convencido a su padre para que pida excusas. Como el papel de la Reina en esa visita relámpago del primer día y el almuerzo de tres horas del siguiente. Entre los cronistas de La Zarzuela es conocido el interés de doña Sofía por favorecer antes que tarde el traspaso de la Corona a su hijo. Pero aquí también hay lagunas. Juristas como el catedrático Antonio Torres del Moral llevan años reclamando que se cubra el vacío normativo que envuelve a la figura del Príncipe de Asturias. Para otros, como Yolanda Gómez Sánchez o Peces-Barba, no existe tal. «Ya asume muchas tareas. Según la Constitución, puede asumir las funciones simbólicas y representativas. Aquí lo más urgente, aunque ahora no toque, es el tema de la sucesión. El lastre fundamental es la preferencia del varón frente a la mujer. Eso no nos lo podemos permitir», zanja Gómez Sánchez.
Parece que lo que más urge ahora, entre tanto ataque financiero y recortes históricos, es arreglar algunas cuestiones de piel. Porque, como dice el filósofo Fernando Savater, «los Reyes viven de afecto. Son una representación idealizada de la unión del país, y el Rey ha sido útil por ese aura carismática en las relaciones internacionales. Pero al final es algo como mágico, como el amor. Cuando se acaba el hechizo, descubres que a la persona idealizada le huelen los pies o cecea al hablar».
Màrius Carol, que acaba de publicar ‘Té en el Savoy’, con motivo de las bodas de oro que los monarcas celebrarán el 14 de mayo, recuerda una anécdota en Luxor, donde estuvo hace años con la pareja. Se tropezaron con un escarabajo rojo y un guía se dirigió a la Reina: «Señora, si da siete vueltas le dará suerte». Griega, arqueóloga, no lo dudó. El Rey rehusó: «Yo a la suerte nunca la tiento. Hay que ser como un surfista y dejarte llevar por la ola», le contó al periodista. «Y eso ha hecho toda la vida, dejarse llevar por la suerte hasta ahora, que se ha quedado en la arena».