ASALTO A DECRETO ARMADO
Actualizado:Increíble. pero cierto. La presidenta argentina Cristina Kirchner, disfrazada de Evita y arropada en la bandera de la liberación nacional, ha culminado el deshoje de la margarita y ha procedido a nacionalizar YPF, la filial argentina de Repsol. En lo que debe de ser una revelación divina de última hora ha comprendido que las reservas de hidrocarburos son de «interés nacional». Lo de la última hora es muy importante, porque eso le ha permitido a su país cobrar antes por la privatización. Ese tracto, privatización-nacionalización, es una genialidad merecedora de un Nobel de economía. Máxime, cuando lo primero se hace en términos de mercado y lo segundo se deja en manos de un órgano administrativo interno cuya objetividad y ecuanimidad nos la podemos imaginar.
Con los mercados cerrados en Europa, la acción se desplomaba de inmediato en Nueva York. Natural. Eso es lo que sucede cuando una empresa opera en países donde la arbitrariedad sustituye a la legalidad, donde los caprichos de los dirigentes no tienen trabas para convertirse en leyes y donde la más burda demagogia se erige en la Biblia de los creyentes. Argentina ha dilapidado poco a poco el crédito que le corresponde como la gran nación que es y con esto agota lo poco que aún le quedaba. Al final, no habrá más remedio que llorar por Argentina.
Y, ¿por nosotros? Con la prima de riesgo en máximos de su mandato, Rajoy inicia un viaje por Iberoamérica para recabar ayuda y frenar las intenciones argentinas. Tendrá que cambiar el guión en pleno vuelo. Ahora se trata de buscar apoyos para devolver el golpe e impedir que se consume el asalto a 'decreto armado' de la Kirchner. En México lo tendrá fácil, pues Pemex es otro gran perjudicado por la medida, y quizás también recabe buenas palabras de Chile y Brasil. Pero la verdadera capacidad de presión se encuentra en este lado del Atlántico, en la Unión Europea. Nadie podrá acusar al Gobierno del estropicio, pero sí podremos calibrar bien su peso en Europa con la calidad y la cantidad del apoyo que recibamos de la Unión Europea. Argentina tiene mucho que perder. Siempre que estemos dispuestos a quitárselo, claro está.