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EL PADRE DE DRÁCULA

Bram Stoker fue un intelectual de prestigio y un autor de cierto éxito en su tiempo aunque ha pasado la Historia por un solo libroSe cumplen 100 años de la muerte de Bram Stoker, el creador del vampiro más célebre

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Si nos encargasen seleccionar los grandes personajes de la historia de la literatura, no dudaríamos en recurrir a los maestros. Homero, Shakespeare, Cervantes, Tolstoi: ellos crearon los tipos humanos más complejos y sofisticados, criaturas como Odiseo, Hamlet, Alonso Quijano o Anna Karenina, verdaderos arquetipos que han sobrevivido intactos al paso de las generaciones. Sin embargo, si afinásemos un poco nuestra búsqueda no tardaríamos en darnos cuenta de que los grandes personajes no residen exclusivamente en las obras maestras. En ocasiones habitan sus márgenes, cuando no sus reversos: lugares escasamente prestigiosos como las novelas populares o las revistas 'pulp'. De allí surgió, por ejemplo, un detective llamado Sherlock Holmes, sin duda uno de los personajes de ficción del siglo XX. Y de allí surgió también el que quizá sea su más directo competidor: un conde transilvano aficionado a las capas satinadas y los temblorosos cuellos femeninos cuyo nombre causa todavía hoy, en todo el planeta, una mezcla de espanto y fascinación: Drácula.

Fue en mayo de 1897 cuando la editorial británica Archibald Constable puso en las librerías un volumen de guardas amarillas en cuya portada no había ilustración alguna. En tipos color rojo sangre podía leerse tan solo el título y el nombre del autor. 'Drácula', por Bram Stoker. El libro no fue un éxito inmediato, pero comenzó cosechando críticas elogiosas. La novela fue comparada con los relatos de Poe y también con 'Cumbres borrascosas'. Arthur Conan Doyle escribió una carta entusiasmada a su autor: «Es la mejor historia de 'diabolismo' que he leído en mucho tiempo».

Dos años después, 'Drácula' fue publicada en Estados Unidos y su éxito comenzó a adquirir grandes proporciones. Llegó a vender el millón de ejemplares, algo muy infrecuente en la época. Sin embargo, la novela tardó en adquirir el enorme peso simbólico que hoy la distingue. Digamos que en un principio fue algo así como un 'best-seller' de horror gótico; es decir, de uno de los estilos que mejor funcionaban entre el público de aquel tiempo. Pero no parecía haber en ella nada de fundacional. Casi todos los expertos coinciden en que el mito de Drácula comenzó a acuñarse cuando fue llevado al cine. En 1922 Murnau rodó 'Nosferatu', una adaptación solapada y milimétrica de la novela de Stoker, y en 1931 Tod Browning le ofreció el papel del vampiro a un desconocido actor llamado Bela Lugosi. Fue entonces cuando el personaje de Bram Stoker comenzó a adquirir su enorme relevancia icónica. Piensen en Lugosi abriendo la capa y volviéndose a cámara con su mirada de galán luciferino.

Titanic

Por desgracia, Bram Stoker no llegó a ver ninguna de esas películas. El autor irlandés murió hace cien años, el 20 de abril de 1912. Lo hizo en unas condiciones económicas no demasiado favorables y envuelto en una cierta decadencia personal. No fueron los suyos buenos tiempos para los derechos de autor. La leyenda cuenta que estaba enfermo de sífilis y pasó sus últimos días sumido en el delirio, señalando aterrorizado una esquina de su habitación y repitiendo la palabra 'strigol', que por lo visto en rumano significa 'vampiro'.

Como suele ocurrir, la leyenda es demasiado hermosa. En realidad, hoy se cree que Stoker murió de un infarto y no parece sensato pensar que recibiera la visita de ningún enviado de los Cárpatos. Por añadirle más prosaísmo al deceso, podría decirse que Stoker incluso a la hora de morir tuvo mala suerte. Al menos, en términos publicitarios. Falleció cinco días después del hundimiento del 'Titanic' y los ecos espectaculares de aquella tragedia empujaron la noticia de su muerte a las zonas menos visibles de los periódicos.

¿Pero quién fue Bram Stoker? No deja de ser curioso que el autor de uno de los personajes más conocidos de la historia sea él mismo un gran desconocido. Nuestra época tiende a verle como el autor de un solo libro, una figura de escasa significación literaria. Y, en realidad, el irlandés fue un escritor de éxito y un intelectual de cierto prestigio. Estudió Matemáticas en el Trinity College de Dublin y fue presidente de la Sociedad Filosófica de la Universidad. Frecuentó a Oscar Wilde y a Hall Caine, llegó a tratar a Walt Whitman y a Mark Twain, fue un apasionado del mundo del teatro y durante años fue un íntimo colaborador de Sir Henry Irving, uno de los actores ingleses más aclamados de su época.

Como puede apreciarse, esa biografía no se corresponde exactamente con la de un oscuro escritor de segunda fila especializado en cuentos terroríficos. Podríamos decir que Stoker fue más bien la viva imagen de un hombre de letras británico de su época. Piensen en alguien como Henry James o Conan Doyle. O en cualquier otro de aquellos autores victorianos y levemente contradictorios que frecuentaban las mejores casas de Londres y podían escandalizar con comentarios liberales, que leían atentamente el boletín de la Royal Society y participaban después en sesiones de espiritismo pionero.

Nacido en noviembre de 1847 en un barrio residencial de Dublín, Bram Stoker era hijo de un funcionario y de una mujer de fuerte carácter que participaba en el movimiento sufragista. Como ha ocurrido con muchos escritores a lo largo de la historia, la convalecencia de una enfermedad infantil marcó definitivamente su vocación. Aunque Stoker no dedicó los meses que pasó en la cama a leer libros, sino a pensar y escuchar historias. Parece que tenía una cuidadora que le contaba viejos cuentos irlandeses de fantasmas. Y que aquello fue la chispa que de algún modo sirvió para encender el polvorín de su imaginación. «Era un niño de naturaleza imaginativa», escribió Stoker sobre aquellos años. «Y la ociosa convalecencia de aquella larga enfermedad propició muchos pensamientos que con los años se convertirían en ideas fructíferas».

Stoker se casó en 1878 con Florence Balcombe, una bella dama de la sociedad dublinesa que había sido pretendida anteriormente por un joven autor llamado Oscar Wilde. El matrimonio se trasladó a Londres y Stoker trabajó durante tres décadas como asistente de Sir Henry Irving y apoderado del Lyceum Theatre. A lo largo de su vida escribió doce novelas y dos colecciones de relatos. También algunos libros misceláneos como 'Recuerdos personales de Henry Irving', una semblanza vagamente boswelliana del actor, o 'Famosos impostores', un interesante volumen que viene a ser un catálogo de personajes que llevaron hasta el extremos las más diversas clases de suplantaciones, desde John Law hasta Charles de Beaumont.

Por supuesto, el momento clave de la vida de Stoker fue la publicación de 'Drácula'. Contra lo que pueda pensarse, la novela no fue ni mucho menos la primera que se escribía sobre vampiros. El que es considerado como el primer relato del género apareció en 1819 en la revista 'New Monthly Magazine'. Se titulaba 'El vampiro' y los pocos escrúpulos del editor hicieron que apareciera firmado por Lord Byron, aunque su autor era en realidad el médico del poeta, John Polidori. El protagonismo de 'El vampiro' recae sobre un antecesor directo del Drácula más sofisticado. Su nombre es Lord Ruthven y es «gallardo de figura y silueta». En su rostro hay «una mortal palidez» y es capaz de que las damas caigan «del pináculo de la virtud inmaculada al más bajo abismo de la infamia y la degradación».

Héroe romántico

Como puede verse, la figura del vampiro comenzó siendo una sublimación del héroe romántico. Antes que una criatura infernal, el vampiro era un ser atractivo y peligroso, un inadaptado que imponía su voluntad en los salones del viejo mundo. Algo así como un Don Juan maligno. Una de las mayores virtudes del 'Drácula' de Bram Stoker es que sobrepasa esos límites arquetípicos y presenta una naturaleza realmente monstruosa. El Drácula original no es tanto un aristócrata elegantísimo como un anciano feroz condenado a vivir en la sombra.

Vayamos a la novela de Stoker y fíjémonos en la primera descripción de Drácula que Jonathan Harker, el empleado londinense que acude a visitar al conde a su castillo de los Cárpatos, anota en su diario: «Un hombre alto, ya viejo, nítidamente afeitado, a excepción de un largo bigote blanco, y vestido de negro de la cabeza a los pies, sin ninguna mancha de color en ninguna parte». En principio es alguien extraño, pero tampoco lo es demasiado. Sin embargo, Harker no tarda en darse cuenta de que la perversidad de su anfitrión va más allá de una mera pose estética.

En opinión del editor Jacobo Siruela -uno de los mayores expertos en literatura vampírica de nuestro país- es en esa profundidad donde radica su singular atractivo. «Bram Stoker se basó para la creación de su personaje en las dos grandes tradiciones: la literaria y la del folclore», ha escrito Siruela. «Por un lado, atribuye a su criatura todos los rasgos aristocráticos provenientes del modelo byroniano de John Polidori y James Malcolm Rymer, pero, por otro, había estudiado a fondo las tradiciones rumano-húngaras».

Con 'Drácula' Bram Stoker situó al vampiro en el trono de la literatura de terror y perfeccionó su figura, dotándola de una enorme fuerza mítica y una amplitud psicológica que ha hecho posible su supervivencia hasta nuestros días. Cien años después de la muerte del escritor irlandés, basta con regresar a las páginas de 'Drácula' para seguir a Jonathan Harker hasta un castillo situado al fondo de un desfiladero de los Cárpatos y escuchar ciertas palabras que contienen, al mismo tiempo, una amenaza mortal y una promesa de felicidad lectora: «Bienvenido a mi casa, señor Harker. Entre libremente y por su propia voluntad.»