EL CONGRESO SE DIVIERTE
Actualizado:No sé si iban uniformados, quizá no, porque eran muchos, cerca de mil, y les hubiera sido dificultoso encontrar tantas camisas a la medida del hombre feliz, que según la leyenda tenía el mismo sastre que Tarzán. Lo cierto y creíble es que se ha celebrado en Madrid un congreso de la felicidad. No les bastaba a los señores congresistas la receta que para ser feliz suministró gratuitamente, sin que mediase alguna forma de copago, don Antonio Machado: «Una buena salud y la cabeza vacía». En opinión del gran poeta bastaban esos dos envidiables privilegios para asomarse a esa habitación del paraíso. (Hablando de poetas grandes, a Baudelaire le preguntó alguien si era feliz. «No he caído tan bajo», contestó). Mejor, quizá, sea la respuesta del anónimo chuleta a idéntica pregunta. «Ni falta que me hace», dijo.
Sabemos que el confort no basta, pero ¿por qué en épocas de escasez se habla más de felicidad? Esa imposible aspiración humana tiene ahora muchos guías turísticos disfrazados de exploradores. Generosamente nos dan a conocer dónde se encuentra y, no conforme con eso, se ofrecen a acompañarnos si compramos sus libros. Allí lo explican todo con un estilo confundible, pero con muy buena voluntad. Quizá esos manuales para el uso de la felicidad nos parezcan algo ingenuos a los que nos hemos demorado en la lectura de algunos clásicos que se adentraron en el mismo asunto. Quiero decir, y voy a decirlo, que es improbable que coincidan los lectores del psiquiatra Rojas Marcos y del angélico Punset, con los de Beltrand Russell.
En los libros se busca lo que a veces se encuentra, pero en los Congresos siempre se encuentra algo sin necesidad de buscarlo. Son una especie de terapia de grupo y si no hallan soluciones, se hacen amigos. Almas afines, espíritus cándidos, que lo mismo confían en un crecepelo de esos que se venden con unas tijeritas para evitar que el cabello impida la visión, que en un mitin. El caso es buscar, siempre consuela.