Más sobre el Castillo de Doña Blanca
CATEDRÁTICO DE PREHISTORIAActualizado:Entra un sol de abril por la ventana de mi despacho, la temperatura es de casi 20 grados y me siento bien, con ganas de trabajar y de vivir. Es primavera, la época en la comienza el año para el arqueólogo y no el uno de enero como figura oficialmente en el calendario. Fijamos, los arqueólogos, nuestro propio tiempo. En estos días hemos resuelto los fastidiosos papeles administrativos que nos permiten comenzar los trabajos arqueológicos de verano. Falta muy poco para volver a los trabajos de campo en los yacimientos que investigamos, y contamos los días. En mi caso, en el Castillo de Doña Blanca. Pero antes de empezar convoco al equipo que trabaja habitualmente conmigo y a los nuevos alumnos que he elegido durante el curso, que están ansiosos de iniciar sus primeros pasos en el pasado de los muros, suelos, estratos y materiales del yacimiento, para fijarles sus tareas, que han de cumplir, bajo un sol de más de 40 grados. Y les informo de los datos que se han obtenido sobre este magnífico y hablador lugar fenicio. Más o menos es esto lo que les digo de la historia que nos narra. De su emplazamiento les he hablado en otra ocasión.
La primera ocupación de la zona tuvo lugar durante la Edad del Cobre, en el milenio tercero a.C., en la zona conocida como La Dehesa y bajo los estratos inferiores del Castillo de Doña Blanca, sobre la roca calcarenita. Se han hallado aquí fondos de cabañas circulares, con zócalos de mampostería y paredes de tapial, caídos en su interior junto a numeroso material cerámico. Y un lugar sagrado de esta época se ha hallado en lo más alto de la Sierra de San Cristóbal, consistente en un altar amplio de cazoletas al que se accede mediante unos pocos escalones. Es probablemente un lugar para sacrificios. Más tarde, a mediados del segundo milenio, el lugar continuó habitado por gentes conocedoras del trabajo metalúrgico. No conocemos nada de su lugar de habitación, pero si de sus enterramientos, reflejados en tumbas colectivas de inhumación, o hipogeos, excavados en la roca, con pasillo de entrada hacia el lugar de deposición de los cadáveres, una estancia funeraria amplia en la que se depositaron, además, ajuares cerámicos y metálicos. Y a fines de ese milenio, hallamos en la cima de la sierra la ocupación de otra sociedad del Bronce final, de la que conocemos alguna cabaña y restos de su vajilla cerámica. Fueron los habitantes de esta zona a la llegada de los primeros fenicios fundadores de la ciudad del Castillo de Doña Blanca.
A fines del siglo IX, o en los comienzos del siglo VIII a.C., acaeció la ocupación del Castillo de Doña Blanca, a los pies de la Sierra de San Cristóbal y junto a una ensenada, junto a la desembocadura del río Guadalete, que les servía como puerto o fondeadero. Lugar idóneo para un establecimiento fenicio. En pocos años construyeron sus primeras viviendas de varias habitaciones, con muros de mampostería revestidos de barro, encalados y suelos rojos, y techumbres vegetales que descansaban en vigas de madera, hornos de pan, y calles estrechas que delimitan pequeñas ínsulas, según su costumbre en sus ciudades de origen. Y para su protección el poblado se rodeó de una muralla de mampuestos, revestida también de barro, precedida por un foso muy amplio, de casi 18 metros. Una zona amplia se excavó en un extremo de la ciudad, cercana al puerto, que por ahora constituye la superficie más extensa excavada de este época en el yacimiento. Se han exhumado aquí varios cientos de miles de material autóctono y fenicio, que ha proporcionado un elenco muy rico de la vajilla de esta época, junto a numerosas ánforas de diversas procedencias mediterráneas, que sugiere un comercio activo e internacional. Poco más tarde, en las postrimerías del siglo VIII y durante todo el siglo VII a.C., se advierte una gran actividad en el poblado, al menos con tres fases constructivas en las zonas excavadas, con viviendas bien construidas con muros de zócalos de grandes mampuestos y paredes de ladrillos de adobe y tapial, junto un rico repertorio cerámico. Es una época de gran esplendor de la ciudad. Y durante el siglo VI, y más bien desde su mitad, advertimos una cierta decadencia constructiva y menor potencia estratigráfica, en la que aparecen los primeros restos de intercambio con los griegos orientales. Todo sugiere cierta decadencia, relacionada con una crisis económica y geoestratégica mediterránea y tartésica. No obstante, se preludian, a su vez, cambios sustanciales en los lugares fenicios occidentales y el comienzo de que se conoce como turdetano.
Tras ello, el siglo V se anuncia vigoroso, como delatan las nuevas viviendas y la nueva muralla de casernas o casamatas, junto a tipos cerámicos distintivos del momento, distintivos del mundo turdetano. Se reanuda el comercio, orientado más bien al ámbito de los mercados griegos y norteafricanos. Y esta prosperidad renovada también se observa en el siglo IV a.C., en cuyo final se construyó una nueva muralla de casamatas de influjo cartaginés y helenístico, consecuencia de esta época de esplendor económico y comercial. Pero a fines del siglo III a.C., sin que lo sepamos con exactitud, la ciudad se abandonó. Es probable que se deba a causas naturales, a la inutilización de su puerto por los aluviones del río, o a un tsunami, como señalan ciertas evidencias, o a la guerra. Ésta puede ser la causa. Se advierten signos de violencia, como destrucciones de tramos de la muralla, zonas incendiadas, más de una decena de cadáveres en la zona cerca al puerto o tras la muralla, caballos muertos, ánforas que rodaron las calles, bolas de catapultas, y un sinfín de detalles que anuncian tragedia. Todo sucedió en el momento en que los romanos desembarcaron en la isla de Gades. ¿Fue éste el motivo?. Puede ser.
Después de esta corta charla sobre la ciudad del Castillo de Doña Blanca, los nuevos integrantes del equipo quedan impactados y deseosos de que comiencen las excavaciones a primeros de julio y entrar en acción con los restos arqueológicos que nos aguardan a más de 600 km. No importan el calor ni las horas de trabajo. La curiosidad lo supera todo.