CUENTOS PARA HADAS
Podemos, todavía, convertirnos en cisnes y hasta heredar un palacio. Quién sabe. A lo mejor estamos bajo el hechizo de una bruja
Actualizado: GuardarSerá que como va de bicentenarios la cosa, la editorial Taschen ha publicado hace pocas semanas una magnífica recopilación de los cuentos de los hermanos Grimm, cuyo primer volumen vio la luz, -mire usted por dónde-, en 1812. 'Cenicienta', 'Caperucita Roja', 'Pulgarcito', 'Blancanieves' o 'La bella durmiente' son algunos de los relatos editados de una manera tan preciosista como oportuna en estos tiempos que corren. Y no hablo de oportunidad por lo de las fechas, -que también se conmemora mañana el hundimiento del 'Titanic' y ya llevamos demasiado tiempo comportándonos como su orquesta- o no sólo por lo de las fechas, sino porque andamos necesitados de cuentos. Ya lo he dicho en otras ocasiones, en la isla de los niños perdidos necesitaban a Wendy sólo para que les contara historias. Esas historias que permiten a los niños conciliarse con la oscuridad y con sus miedos. Historias en las que todo, siempre -aunque sea al final- sale bien y los malos siempre reciben su merecido.
Porque suele ocurrir que es en los cuentos donde encontramos esa pieza que a veces nos falta para entender el mundo, esa tuerca tan impredecible como imprescindible para que arranque el motor. Siempre fue así. Frente a las tinieblas, la antorcha que ilumina el camino, una antorcha alimentada por generaciones y generaciones, que nos ha traído una luz intacta y renovada. Dicen los que saben de estas cosas, que los cuentos de hadas están especialmente prescritos en el siempre difícil paso de la niñez a la edad adulta y que son una fuente de conocimiento indispensable para interpretar la difícil melodía de nuestra propia banda sonora.
Pero ya no quedan hadas por aquí, eso es lo malo. Y el mundo, sigue siendo oscuro. Cuánto tiempo hace que no le leen a usted un cuento. Piénselo. Tal vez entienda por qué nunca se ha sentido como la Cenicienta, ni como Blancanieves, ni siquiera como la perezosa Bella Durmiente, por qué nunca confió en el prodigio de las hadas. Quizá llegue usted a la terrible conclusión de que en esta ciudad somos más de Andersen que de los hermanos Grimm y que nos reconocemos más en 'La sirenita', 'El patito feo', 'El soldadito de plomo' o en el insolente niño que se atrevió a decir que el emperador iba desnudo. No nos quedan hadas. Y tal vez por eso es por lo que cada vez se siente usted más identificado con La pequeña cerillera otro de los cuentos del danés universal al que, por cierto, dedica nuestro Ayuntamiento en estos días varias exposiciones y las jornadas del libro infantil y juvenil en la Biblioteca de Extramuros, que no sólo del señor de Sipan vive el hombre.
La pequeña cerillera estaba sola, tenía hambre, y sueño, y frío, y nadie se fijaba en ella. Y sólo tenía unas pocas de cerillas que era incapaz de vender. A la desesperada, encendió una, y se encontró ante una gran estufa encendida que le calentaba los pies y la reconfortaba de sus desdichas, pero pronto se extinguió la llama y la dejó de nuevo en la más absoluta miseria. Encendió otro fósforo y se vio, de pronto, en una mansión lujosa, con un gran banquete dispuesto a la mesa, pero ¡ay! antes de que la boca se le deshiciera en aguas, también se apagó la cerilla. Lo intentó de nuevo -a la tercera, pensaba, irá la vencida- y con la tercera cerilla apareció un hermoso árbol de Navidad cargado de regalos y de lazos de colores brillantes que se fueron apagando lentamente con el fósforo. Y la pequeña cerillera encendió el último fósforo que le quedaba, el de la suerte, pensaría la chiquilla, antes de que la encontrara la muerte, sola, y con hambre, y sueño y frío. Y nadie se había fijado en ella.
En esta ciudad sabemos mucho de cerillas y de sueños. Porque estábamos solos y con hambre y con frío, y nadie se fijaba en nosotros, encendimos el fósforo del Bicentenario que nos devolvió por unas horas la sonrisa, y encendimos el de la Procesión Magna que nos iluminó un rato el camino por el que podríamos encontrar nuestro futuro -en el turismo y la hostelería, no me malinterpreten-, pero nos duraron tan poco que aquí estamos, con la siguiente cerilla en la mano, aunque no sé si será buen negocio seguir tentando a los cuentos sin hadas. No queda mucho por inventar, y lo que queda suena a leyenda vieja.
Habrá que volver a los cuentos de Grimm y a contarles cuentos a las hadas, para que sean ellas las que vuelvan. Volver a conjurar nuestra suerte y nuestro destino frente a una marmita de poción mágica, a confiar en que el zapatito de cristal no nos haga daño y a esperar que la manzana no esté demasiado envenenada. Vuelva a leer cuentos de hadas. No tenemos por qué creer todo lo que dicen las noticias, las malas noticias. No tenemos por qué pasar tanto miedo. No tenemos por qué dejar que la oscuridad nos arrebate el día. Podemos, todavía, convertirnos en cisnes y hasta heredar un palacio. Quién sabe. A lo mejor estamos bajo el hechizo de una malvada bruja o de un ogro gigante. No pierda la esperanza, al final siempre es lo mismo, no lo olvide: Fueron felices y.