Velas en vez de jeringuillas
La falta de medios provoca un repunte en el número de drogadictos en Nepal, cuya tasa se había reducido a la mitad
Actualizado: GuardarDivesh Gurun está nervioso. Son las 9.35 de la mañana y ya hace más de 24 horas que tomó su última dosis. El síndrome de abstinencia comienza a hacer mella en su organismo. Hace dos años largos que dejó de inyectarse un cóctel de diferentes medicamentos que lo elevaban al nirvana y que destrozaron su vida. Pero la adicción persiste. Ahora necesita metadona. Son 10 miligramos que le permiten llevar una existencia «normal». Y la enfermera Dipa es quien tiene en sus manos el fin de su dependencia. Ella es quien dispensa el líquido de sabor limón que ha ido sacándole del oscuro agujero en el que cayó «por seguir la corriente». Si el tratamiento sigue su curso correctamente, en unas semanas estará 'limpio'.
La suya es una historia que perfectamente podría darse en cualquier parte del mundo. Pero Gurun es nepalés. Y en el país del Himalaya abundan los que no tienen tanta suerte como él, porque solo recientemente se han introducido los programas de rehabilitación como el que da servicio a 63 drogadictos en el Hospital Regional Oeste de la ciudad de Pokhara. Si se tiene en cuenta que diferentes estimaciones no oficiales cifran en 150.000 el número de usuarios habituales de estupefacientes en el país -solo el 5% son mujeres-, los beneficiarios son pocos. Y, además, las actuales dificultades económicas están haciendo peligrar la supervivencia del programa de la metadona.
No obstante, las autoridades del centro sanitario consideran que son este tipo de iniciativas pioneras las que han conseguido disminuir el porcentaje de jóvenes enganchados. En la década de 1990, casi el 90% de los menores de 25 años de las zonas urbanas -en el campo no es un problema tan grave- reconocían abusar de drogas que no eran ni el alcohol ni el tabaco.
Actualmente, la tasa ha caído a menos de la mitad. En gran medida, ese hecho se debe a la intensificación de los controles fronterizos, que han multiplicado por 12 el precio de los 'cócteles' más populares, que mezclan sustancias opiáceas como Digipam, Phenyrgon, Catemin, y sedantes para animales. Antes se podían conseguir por 100 rupias (1 euro), pero ya no hay forma de encontrarlos por menos de 1.200 (12 euros). No obstante, los buenos resultados han llegado a su fin, y el número de adictos vuelve a crecer. Las alternativas para ellos escasean.
Anup Gautam empezó fumando marihuana en la escuela y fue saltando a sustancias más fuertes hasta que terminó cogiendo una jeringuilla. Estuvo en un centro de rehabilitación que bien podría haber sido de tortura. «Los primeros días nos daban algo de droga, pero luego nos la quitaban de golpe y nos apaleaban si teníamos el síndrome de abstinencia. A veces nos ponían a contar piedras todo el día como castigo, era horrible», recuerda.
Contagio del VIH
No es de extrañar que, como muchos otros, recayese poco después de abandonar el centro. «Tengo hijos, y la droga era un verdadero problema económico, por eso decidí probar con el programa de la metadona». También le atemorizaba infectarse con el VIH, ya que el colectivo de los drogadictos es el que sufre mayor prevalencia y la agencia de Naciones Unidas para el Sida (Unaids) estima que entre el 60% y el 70% de quienes se inyectan han contraído el virus. Ahora, como Gurun, va rebajando su dosis poco a poco. «Pero el programa ha llegado demasiado tarde para todos los que han muerto», critica.
Y es posible que no tenga continuidad. Cuentan beneficiarios y personal sanitario que el presupuesto escasea. «Antes dispensaban a las 8 de la mañana y se podía pedir una segunda dosis a la tarde. Ahora abren de 9 a 10 y solo se suministra una dosis. Así que para matar el 'mono' muchos nos chutamos cualquier cosa por la tarde», explica Subas Nepali, en cuyos brazos se refleja la desesperación de quien quiere abandonar más que la adicción. «Me corté las venas varias veces y me quemaba con cigarrillos para ver si el dolor me aliviaba».
Además, está el problema al que todos apuntan: la falta de un futuro más allá de la metadona. «Hay presupuestos aprobados para programas de nutrición, formación, y reinserción, pero nadie sabe dónde está el dinero. Quizá haya que buscar en los bolsillos de los políticos», critica Gautam. Sin esos complementos, la metadona no funciona. Lo demuestran las estadísticas: solo un 30% se ha apartado por completo de la droga.
Las ONG son conscientes de estas graves carencias, y del creciente drama que provocan. Por eso, algunas tratan de llenar el vacío del Gobierno con proyectos de generación de ingresos. Community Support Group (CSG) es una de ellas. Financiada por la española Ayuda en Acción a través de su 'hermana' Action Aid, CSG ofrece apoyo psicológico tanto a los drogadictos como a sus familiares y, más importante todavía, les ofrecen una salida laboral. En la planta baja de la sede se esconde un pequeño taller en el que exdrogadictos fabrican velas. Es un producto con gran demanda en un país que solo disfruta de electricidad 10 horas al día pero, como comenta con humor uno de los trabajadores, «se parecen mucho a las jeringuillas».
«No hay salida»
Aun así, las ONG no pueden sustituir la labor del Gobierno. «Hace falta mayor concienciación social y más prevención en los centros educativos, porque los jóvenes no somos conscientes de los riesgos que conllevan las drogas, sobre todo las intravenosas», comenta Joti Gurun, que, a sus 23 años, ha dejado hace unas semanas de tomar metadona para dedicarse a luchar contra la drogadicción.
Sus palabras cobran cuerpo en los alrededores de Pokhara. En un pequeño grupo de chabolas en el que varios niños saltan y ríen. Lo hacen entre inhalaciones de pegamento que compran por menos de un euro el bote. Casi todos tienen menos de 14 años y son huérfanos o han huido de sus familias. Es el caso de S. N., que decidió escapar de los abusos de su padre alcohólico hace cuatro años, cuando solo tenía 9. Ahora recoge chatarra, una labor que le da «para comer y para esnifar».
Porque, como reconoce él mismo, «cuando empiezas a darle al pegamento, ya no hay salida». Si no puede inhalar, necesita alcohol o marihuana, que son más caros. «Salvo que robemos, no le importamos a nadie». Solo una organización cristiana les da alimento a cambio de convertirse a su religión. «Creo en Jesucristo porque me da de comer», se ríe antes de volver a coger su bolsa y aspirar hondo.