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LA HOJA ROJA

QUO VADIS?

Los recortes de los nuevos presupuestos se hicieron públicos en semana propicia para el dolor pero ya nadie protesta ¿para qué?

YOLANDA VALLEJO
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Termino la última novela de Almudena Grandes, 'El lector de Julio Verne', mientras suenan las primeras cornetas de la semana anunciando una falsa primavera de azahares que huelen, y no precisamente bien. Termino de leer la novela con el tiempo justo como para certificar que es cierto, que hay episodios de una guerra interminable que ya habíamos visto en cualquiera de las últimas, y cada vez más frecuentes, reposiciones de nuestro pasado. España es un país de caínes endémicos, -no lo olvide-, un país donde lo más normal del mundo es vivir no ya en la confrontación, sino en el enfrentamiento abierto y descarado. O eres de los míos o estás contra mí. No hay otra forma de ver las cosas. Y así nos va. Volviendo a una historia en blanco y negro. O mejor dicho, en blanco o en negro. Sin matices.

Termino la novela de Almudena Grandes -más previsible que 'Inés y la alegría', pero mucho más tierna y cercana- y me entrego a la literatura cofrade y casposa que llena los escaparates como un signo más de este regreso al pasado que inevitablemente hemos comenzado y que nos lleva por terrenos siempre transitados por la inquina, la envidia, la insidia -término cuya recuperación histórica debemos a nuestro presidente Rajoy- y el como te coja te vas a enterar, que tanto nos gusta, y al 'tirito', esa práctica tan asquerosa como gaditana de tirar la piedra y esconder la mano.

Herederas directas y a la vez muy, muy lejanas de revistas como 'Estandarte' -cuyo único mérito, dicho sea de paso, reside en la antigüedad-, la literatura cofrade ha encontrado en este tipo de publicaciones periódicas el caldo suficiente como para crecer y multiplicarse. 'A paso Horquilla' -la mejor, si es que en esto se puede hacer un ránking-, 'Plenilunio', 'Getsemaní', por citar las más conocidas, son sólo una muestra de que, donde menos uno se lo espera, hay un lector de Julio Verne y una bolsa cargada de rencores preparada para la ocasión. Dejando a un lado 'Getsemaní', -sólo el subtítulo, «Gat Shemenn», ya la perdona de sus pecados- algo más oficial, y menos provocadora, tanto 'A paso Horquilla' -la más veterana- como Plenilunio -la más divertida- abusan de esa literatura zafia cuya estructura profunda es siempre la misma: «Yo, yo y yo». Yo soy el que sabe y tú no, yo soy el mejor y tú no,. una cosa muy caritativa y cristiana, como imaginan. Así, cualquier excusa es buena, «La carga gaditana no necesita defensa» o «La Semana Santa de los heterodoxos» -búsquenlos ustedes y me evitan así, citar a sus autores- son un pretexto para airear los mismos trapos sucios y para blanquear los mismos sepulcros de siempre, la misma historia interminable de siempre.

Los manuales para entrenar la memoria -ya ven, no tengo prejuicios para la lectura- siempre recomiendan una serie de ejercicios sencillos y rutinarios con el fin de encontrar aquello que creemos perdido. Para localizar las llaves o para recuperar el paraguas que hemos olvidado, sólo hay que volver a repetir una y otra vez todos los pasos andados. O lo que es lo mismo, cuando no sabemos a dónde vamos, sólo hay que mirar hacia el lugar de dónde venimos. El problema surge cuando venimos de un lugar tan oscuro que da miedo sólo mirar hacia atrás, o cuando no sólo hemos perdido el norte, sino que tampoco sabemos por dónde se pone el sol. Quizá es por eso por lo que este año han crecido considerablemente las filas de penitentes o por lo que aumenta año tras año la penitencia detrás de los pasos. O por lo que se organizan cosas como la Magna de mañana -un día que la Iglesia Católica consagra al silencio pero que aquí vamos a dedicar al ruido-, con la excusa del Bicentenario. Porque ya no sabemos a dónde vamos, pero tampoco de dónde venimos.

Y eso sí que es preocupante. Tanto o más que los recortes de los nuevos presupuestos generales del Estado, debatidos y hechos públicos en una semana muy propicia para el dolor. Suben la luz o el gas, y bajan las ayudas a la investigación o a la educación -aunque es de agradecer que dejen de regalar ordenadores de juguete- . Se retrasan las obras -ya nadie protesta por el puente ¿para qué?-, se paralizan proyectos y uno se ve ya mismo como la orquesta del 'Titanic' -cien años, no lo olvide, no son nada- bailando a un son que desconoce pero que intuye nefasto. Buscando culpables de tanta desdicha en una partida interminable que sabemos perdida desde el principio.

No nos queda otra. Asumir que sólo somos espectadores de una historia tan vieja como el mundo. Nuestros portavoces municipales coinciden en que la situación política de la ciudad es «difícil», no tanto por las circunstancias sino por la actitud cainesca de sus protagonistas. Todos asumen que la convivencia entre concejales no es un camino de rosas -lo último, el capítulo del vengador Terrada titulado «Yo no estuve allí»-, pero ninguno se atreve a reconocer quién se encarga de poner las espinas. Nadie es culpable de nada. «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» iba gritando Caín por los caminos de la Biblia.

Tampoco él sabía a dónde iba, pero no ha hecho falta recuperarlo para esto de la memoria histórica, ni siquiera ha sido necesario restituir su pasado, porque nunca se fue de nuestro lado. Ya lo saben, o somos caínes o lectores de Julio Verne. Y a mí siempre me gustaron mucho los hijos del Capitán Grant.