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El último trazo de Mingote

El artista, patriarca de varias generaciones de dibujantes, muere en Madrid a los 93 añosEl maestro saltó de 'La Codorniz' a ABC en una gran carrera que le permitió publicar casi 25.000 viñetas en el rotativo

MIGUEL LORENCIJOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
MADRID. OBITUARIOActualizado:

La muerte de Antonio Mingote, el patriarca del humor gráfico español, tiñó de luto ayer el noble oficio que el dibujante, escritor y académico contribuyó a engrandecer. Durante casi ocho décadas el genial y prolífico humorista mantuvo activos y afilados sus lápices y su mordaz inteligencia. Los ejercitó siempre, acudiendo a la cita diaria con el lector, que mantuvo durante cerca de sesenta años, y plantando cara a la enfermedad que acabó con su vida. No fue solo en las páginas del diario ABC, en el que desarrolló el grueso de su carrera, donde brilló, ejerció su magisterio e hizo historia. Debutó Mingote muy joven en el semanario 'Blanco y Negro' y dejó también su lúcida y sagaz impronta en las páginas de publicaciones míticas como 'La Codorniz', memorable sanedrín de humor ibérico y carpetovetónico por el que pasaron todos los grandes del género, y su trampolín al chiste diario con vocación de editorial.

Mingote falleció en la mañana de ayer en Madrid a los 93 años, vencido por el cáncer hepático contra el que batalló con entereza. Su viuda, María Isabel Vigliola, confirmó que desde hacía varios días se encontraba ingresado en el hospital público Gregorio Marañón, donde falleció rodeado de los suyos. La capilla ardiente con sus restos se instaló en los Jardines de Cecilio Rodríguez del madrileño parque del Retiro, del que era «alcalde honorario». Disfrutaba también del aristocrático título de marqués de Daroca que el rey Juan Carlos le concedió en diciembre de 2011 en recuerdo de la villa aragonesa en la que transcurrió parte de la infancia del humorista y dibujante.

Antonio Mingote Barrachina había nacido en la localidad barcelonesa de Sitges el 17 de enero de 1919. De ascendencia aragonesa, era hijo del matrimonio formado por el músico Ángel Mingote y Carmen Barrachina. Estudiante en los Escolapios de Daroca, publicaría su primera viñeta siendo un crío en 'Gente menuda', suplemento infantil de 'Blanco y Negro', en el que reconocieron el temprano talento de aquel chaval de solo trece años. Aquella seminal viñeta era un dibujo del conejo 'Roenueces'.

Terminó Mingote el bachillerato en Teruel sin sospechar todavía que le aguardaba un futuro prometedor como dibujante, historietista y narrador. Perfilaría y afianzaría su vocación tras la incivil guerra española, en la que combatió en el bando nacional, primero como requeté el Tercio de Santiago en la Sierra de Albarracín y luego como alférez provisional en el frente catalán.

En estos años de formación le pica también el gusanillo de la escritura. Sin dejar de garabatear sus característicos personajes, siempre con línea clara y decidida, y con color en la segunda mitad de su carrera, escribe novelas policíacas y del oeste bajo el seudónimo de Anthony Mask. Títulos como 'Ojos de esmeralda' o 'Los revólveres hablan de sus cosas». Instalado en Madrid, modesto inquilino de una pensión, comenzó en 1946 a colaborar en 'La Codorniz', «la revista más audaz para el lector más inteligente», fundada por Miguel Mihura y Tono y donde avalado por Álvaro de Laiglesia, pulió el estilo directo y claro que haría inconfundibles sus monigotes. Son días de bohemia y tertulia en cafés como el Gijón y el Comercial con amigos para siempre como Rafael Azcona o Manuel Alcántara.

Animado por la buena acogida de sus dibujos, se decide a dejar el uniforme para tratar de vivir de las palabras y las viñetas. Por entonces publica 'Las palmeras de cartón', novela que ilustra su admirado colega Goñi. Tardaría todavía siete años en publicar por primera vez en ABC, rotativo que le acoge en 1953 y que sería su definitiva casa, a la que consagró casi 60 años de su trayectoria profesional. Director de la revista 'Don José', creada en 1955, para ABC realizó un sinfín de portadas, además de las caricaturas y viñetas -casi 25.000- con las que satirizaba la actualidad.

Tan afilada como sus lápices era la pluma de Antonio Mingote, prolífico articulista y autor de de varias novelas, libros de humor y divulgativos a quien se le abrieron las puertas de la Real Academia Española (RAE) en 1987. Fue el primer humorista gráfico recibido en la docta institución que 'limpia, fija y da esplendor' a nuestro idioma, en la que ocupaba el sillón 'r'. Tomó posesión en noviembre del 88 con un discurso titulado «Dos elementos del humor español: 'Madrid Cómico' y 'La Codorniz'». Entre 1993 y 2001 fue tesorero de la docta casa y dibujó durante años las felicitaciones navideñas e ilustró los menús del almuerzo anual ofrecido por el director.

Fue también Mingote guionista de cine y televisión para filmes como 'Vota a Gundisalvo', personaje rescatado de sus viñetas, y series como 'Ese señor de negro', otra de sus características creaciones, llevado a la pequeña pantalla por Antonio Mercero. Con otro grande de la televisión, Narciso Ibáñez Serrador, se embarcó en otros proyectos de éxito, como el musical 'El oso y el madrileño', estrenado a mediados de los setenta.

o mejor del legado de este gran maestro de humoristas, que alentó la carrera de otros dibujantes como Ballesta, Máximo, Madrigal o Cebrián, se conserva en el Museo ABC.

Confesamos que, a pesar de conocer que, hace unos días, había ingresado en el Hospital Gregorio Marañón y aunque reconocemos que su edad era ya muy avanzada, la noticia del fallecimiento de Antonio Mingote nos ha impresionado hondamente. A partir de ahora -en unos momentos en los que reina el mal gusto, la ordinariez y la vulgaridad- echaremos de menos el lenitivo reconfortante de los comentarios gráficos -sorprendentes, lúcidos y valientes- de este maestro de la opinión.

Escritor, artista y académico, este periodista ha sido uno de los críticos más agudos de la actualidad. Dotado de una singular habilidad para explicar de manera clara y para transmitir de forma bella los valores morales, era un certero observador de la cotidianidad que, con su arte mayor de dibujante, con su gracia clásica y con su sencillez encantadora, arrancaba nuestros mejores sentimientos de benevolencia; con sus retratos de los desfavorecidos nos acercaba a quienes pedían pan o ansiaban libertad; con su ingenio era capaz de azotar las injusticias sociales y con su finura intelectual redimía la prensa de su mediocridad.

Mingote -un maestro del humor, un artista dotado de exquisita sensibilidad y de inaudita riqueza de registros- era un pintor que ilustraba los conceptos abstractos mediante pintorescas anécdotas. Poseía un extraordinario sentido de lo real unido a una desbocada imaginación metafórica, no por un afán meramente estetizante, sino con la explícita finalidad de descifrar, de comprender y de captar el sentido de las actitudes y el significado de los comportamientos humanos. La sonrisa que nos provocaban sus viñetas no era una manera frívola de eludir y de olvidarnos de los problemas sino que, por el contrario, constituía una forma amable de invitarnos a que sintonizáramos con su desacuerdo con una realidad dolorosa o injusta. El sentimiento que nos infundía no era una reacción blanda de aceptación pasiva y desesperanzada, sino la expresión, delicada y comprometida, de solidaridad. Su humor lúcido nos provocaba sonrisa y emoción, dos maneras diferentes y complementarias de abordar, de entender y de vivir los sucesos, de acercarnos para comprenderlos y para vivirlos desde el fondo de nuestras entrañas, desde nuestras fibras más íntimas. Don Antonio era un sabio que estaba dotado de un exquisito paladar para distinguir los gustos, los sabores y los olores de las gentes sencillas, y para descubrir la vanidad, la hinchazón y la desnudez de los personajes importantes. Que descanse en paz.