Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
Artículos

El reloj del Gobierno

Al cabo el gabinete solo lleva cien días en el poder, y con el aval de casi once millones de votos

TEODORO LEÓN-GROSS
Actualizado:

Los tiempos políticos se han reducido a un delirante cortoplacismo. Todo se hace para mañana, y todo se amortiza en veinticuatro horas. El tiempo de un titular periodístico es el tiempo de la política. Así que conviene aplicar las reglas de la tauromaquia y templar porque la simple fotografía de manifestaciones donde ya se corea «Mariano, Mariano, no llegas al verano» produce un desconcertante desasosiego. Al cabo este Gobierno solo lleva cien días en el poder; y con el aval de casi once millones de votos, una mayoría absoluta de calibre largo ante una oposición jibarizada por su electorado para sufrir un castigo duradero. Pretender que todo esto ha cambiado en cien días es una patología sociológica. Así que urge sacudirse el cortoplacismo -parafraseando al clásico alemán, «político es el que piensa en las próximas elecciones y estadista el que piensa en las próximas generaciones»- para racionalizar los tiempos. La herencia de la crisis bajo el zapaterismo aún es material altamente inflamable.

De momento el programa reformista de aquí al verano es de aúpa -se les nota el perfil de registradores de la propiedad- y cabe discrepar pero difícilmente negar el coraje de desplegar en un semestre la Ley de Estabilidad, que además frenaría tentaciones regionales de saltarse las líneas rojas; la Ley de Transparencia; la reforma del Sector Eléctrico; la Ley de Emprendedores para pymes y autónomos; la Ley de Costas; la Reforma de los Servicios Públicos para racionalizar y eliminar duplicidades; la Reforma del Sector Financiero; el Plan de Unidad de Mercado.. y suma y sigue. Todo eso puede provocar sentimientos encontrados -algunas, como la Ley de Emprendedores, insuflan oxígeno apremiante para un biotopo asfixiado; otras acojonan como la legislación del litoral bajo la amenaza de un nuevo ladrillazo con patente de corso- pero más allá de los análisis de blancos y negros, del maniqueísmo carpetovetónico marca de la casa, se trata de una agenda ambiciosa en el país del 'siempre mañana, siempre mañana pero nunca mañanamos' según Lope.

Lo de los cien días sirve como piedra de toque -no deja de ser un convencionalismo del 'new deal' roosveltiano- pero de ahí a considerar que ya toca examinar al Gobierno con una nota definitiva es inquietante además de ridículo. Hasta los dieciocho meses, quizá dos años, no habrá perspectiva global. Por supuesto en estos cien días el Gobierno ha pecado de contradicciones y veleidades que han de interiorizar sus cabezas de huevo; pero su conjugación aún es el futuro, no el pretérito. Y en definitiva, si hoy es un gabinete bajo sospecha con el agua al cuello y semitutelado, no es por sus primeros cien días sino por la espesa estela de una herencia envenenada.