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entrevista a josé miguel arroyo, 'joselito'

«Veía pistolas en mi casa, mucho oro y mucho poder»

El diestro se muestra a pecho descubierto en una biografía marcada por la orfandad, la delincuencia y las drogas hasta su llegada a los ruedos

ROSARIO GONZÁLEZ , VIRGINIA CARRASCO (vídeo)
MADRIDActualizado:

“De no haber peleado por ser torero, a estas alturas estaría en la cárcel o me habría muerto de sobredosis”. Con estas palabras da comienzo la autobiografía de José Miguel Arroyo, ‘Joselito, el verdadero’ (Espasa), en la que el enigmático diestro, retirado ya de los ruedos, rememora una infancia en el seno de una familia rota y rodeado de drogas y delincuencia. “Son momentos muy duros que siempre he llevado escondidos”, explica en una entrevista a este periódico. El torero, abandonado por su madre a los 3 años, quedó huérfano a los doce. “Con 13 me voy a vivir con otra familia y conozco algo completamente diferente: cariño, buenas palabras y orden en las costumbres. Fue tremendo porque era un potro desbocado, pero consiguieron domarme y pasé de delincuente a príncipe del cuento”. No han faltado las malas lenguas que se preguntan el por qué de esta autobiografía ahora. El torero sonríe. “No estoy en activo y mi ego está más que satisfecho. Tampoco lo hago por dinero sino por apetencia y por terapia. Y si se puede ayudar a alguien, es lo mejor que me puede pasar con el libro. Además, me da igual lo que diga la gente. Hablan, luego cabalgamos”.

Con la perspectiva que dan los años, analiza ahora una vida marcada por las drogas y la cárcel aunque asegura que jamás se drogó. “Mi padre sí y después comenzó a traficar. Yo lo veía como algo normal. Llegaban bolas y bolas de hachís a casa y allí las procesaban para venderlas a través de una red de chavales. Yo cogía los trocitos que caían y los vendía a cien pesetas en el colegio. Después, con mi padre ya en la cárcel, sí me tocó hacer algún encargo y trapicheos”. Con los ojos de un niño, el trasiego de traficantes en su casa se convertía en algo familiar, incluso fascinante. “Entonces eran mis ídolos, veía pistolas en mi casa, mucho oro y mucho poder. Con el tiempo entendí que no fue la mejor enseñanza para un chaval, pero era lo que había”. Con los toros llegó la redención. A los 10 años, su padre le matriculó en la escuela taurina, donde encontró un futuro y una familia. Sería el director de la misma quien le acogiera en su casa tras quedar huérfano. Allí germinaría una pasión que cristalizó en una carrera ascendente como matador de toros, desde los 16 años en los que tomó la alternativa, hasta los 34, cuando anunció su retirada. “Después de 18 años, entendí que ya no tenía capacidad para estar en lo alto”.

Rivalidad en el ruedo

Entre las páginas de su biografía, llama la atención la “puntilla” de torero que dirige a figuras como Espartaco. “Fue mi primer enemigo a batir. Me apartó de algunos carteles, a pesar de su sonrisa perenne y sus abrazos efusivos”, lamenta. Aunque Joselito rechaza la polémica. “Son palabras duras solo si se sacan de contexto. Espartaco hizo bien porque yo era un grano que le molestaba. Está claro que la rivalidad existe y uno utiliza sus armas a su manera; yo cuando no quería torear con alguien prefería salirme del cartel”. También recoge el peor recuerdo de la plaza: “cuando llegaba incomprendido y no era capaz de conectar con la gente”.

Son recuerdos de una profesión por la que confiesa un respeto extremo. "Ser torero es algo mucho más serio de lo que la gente imagina. No es solo pegar pases y cortar orejas, sino una forma de comportarse y de actuar en la plaza y en la vida. El torero ha de compaginar la sensibilidad de un artista para expresarse y el valor de un guerrero para superar el dolor y el miedo”. El maestro madrileño asegura ofrecer un retrato “fiel” de sí mismo, “que ayudará a comprender mis cambios de ánimo, que vienen de lo que tengo detrás. Y porque estoy majara, obviamente”, sonríe. “Hay que estar majara para todo en la vida, ese puntito de loco para ser torero y para cualquier cosa, solo hay que intentar que la lucidez y la locura de cada uno se lleven bien”.

Retirado ya del ruedo, a sus 43 años Joselito ya solo le teme “a no educar bien a mis hijas y a enfermar, el día que me muera me gustaría acostarme y palmar del tirón”. Pero aún desde la barrera y volcado en su familia, le duelen los nubarrones que amenazan la fiesta nacional “Hay una corriente muy contraria a la que se ha dado mucha cobertura, pero en una sociedad plural tiene que hacer respeto sobre diferentes visiones. La prohibición no es lo mejor para infundir ese respeto”, lamenta el diestro madrileño.