TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

CÁDIZ, DESPUÉS DEL 25-M

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Ala alcaldesa Teófila Martínez le hicieron ir para nada de nada al balcón de la calle sevillana de San Fernando, en donde iba a celebrarse la mayoría absoluta del PP. Todo, incluso ese resultado, es relativo. En las elecciones autonómicas del pasado 25 de marzo, la victoria pírrica fue la de Javier Arenas, como candidato a la Junta en las filas de esa formación. Durante las veinticuatro horas siguientes al pasado domingo del bulevar de los sueños rotos, sus adversarios internos -enemigos como les diría Winston Churchill-empezaron a cortarle un traje a medida para relevarle después de su enésima intentona frustrada de conquistar el palacio de San Telmo. Sin embargo, las aguas terminaron por remansar a partir del martes y menguó la marejada a fuerte marejada que también amenazó con moverle la silla a Antonio Sanz, en Cádiz. Hubiera sido injusto porque, a pesar de que el partido de Arenas volvió incluso a perder en su Olvera familiar, el buen trabajo de los peperos en la provincia gaditana, a lo largo de los últimos años, lleva el nombre y el apellido de su segundo. Eso sí, el presidente del PP de Andalucía tardó un día en reaccionar y en reclamar una especie de gobierno de concentración contra los rojos de Sánchez Gordillo. No hay caso y el fin de semana nos volvió a pillar con planes de sucesión en el liderazgo conservador de Andalucía; aunque eso sí, según todos los indicios, será en principio el propio Arenas quien marque la hoja de ruta para su harakiri andaluz, tal vez aprovechando alguna futura crisis de Gobierno en Madrid.

Los sociatas también fueron pírricos en su derrota, porque en realidad no lo fue, ya que les permitirá probablemente mantener la presidencia de la Junta a pesar de no haber vencido en las urnas. Para ello, necesitarán el auxilio de Izquierda Unida, que también dobló resultados en Cádiz hasta el punto de que la algecireña Inmaculada Nieto acompañará al tradicional y solitario escaño del portuense Ignacio García. A pesar de los intentos de la caverna por desestabilizar las posibilidades de pacto entre socialistas e izquierdistas, las negociaciones han empezado a rodar y esta Semana Santa será más que nunca de pasión. Para fastidiar el entendimiento de la izquierda, tampoco faltó quien intentara incluso revalidar la frase robada al coordinador general de IU en Andalucía, Diego Valderas, cuando en una conversación con Cayo Lara describió a la socialista gaditana Blanca Alcántara como «la de las tetas gordas». Ni siquiera ella ha hecho sangre de semejante exabrupto, a pesar de que en los últimos días le tendieron numerosos anzuelos en forma de micrófono por ver si por ahí podía hacer aguas el acuerdo. Valderas, de entrada, ha exigido una comisión parlamentaria sobre los ERE, que ya era hora, y reclamará también cuentas claras con el chocolate espeso. Lo más probable es que en las conversaciones futuras a la coalición izquierdista le toque la presidencia del Parlamento y alguna que otra consejería, si es que hay acuerdos programáticos claro: curiosamente, tanto desde dentro de esa organización y desde ciertos sectores del PSOE, existen grandes recelos a un pacto de gobierno entre esos habitualmente desavenidos compañeros de viaje del marxismo español. Los primeros no quieren quemarse en una legislatura más que austera, cortita con sifón. Y entre los segundos se encuentran aquellos que siguen queriendo prescindir de Griñán aunque haya salido reforzado por las urnas: su fotografía a toda plana cortando una tarta al celebrar un triunfo que no lo fue, tampoco ayudó en demasía a consolidar el prestigio del actual presidente de la Junta.

Los responsables socialistas gaditanos, al igual que su mentor Alfredo Pérez Rubalcaba, tendrán que acostumbrarse, sin embargo, a la supremacía andaluza de Griñán, aunque conociendo el paño interno del PSOE quizá ya estén diseñando una estrategia para quitarle de en medio dentro de tres años y presentar a otro candidato que sea más afín al núcleo duro del partido, ese que viajó en el AVE con Mariano Rajoy y se fue de la lengua respecto a la confianza que le merecía el presidente andaluz en los días previos a los comicios. Si no media ninguna catástrofe, hasta las próximas generales, municipales y autonómicas, mucho habrá de llover y ninguna pitonisa de la política está en condiciones de pronosticar qué puede ocurrir desde ahora hasta ese momento. Lo que parece más previsible será una reorganización del partido, con el propósito de contener la hemorragia de votos, que ha sido considerable dentro y fuera de la provincia gaditana, y poder afrontar con mayor donaire las próximas elecciones europeas que, visto lo que viene ocurriendo en Bruselas, pueden resultar más interesantes que nunca. Sin embargo, el horizonte electoral del socialismo gaditano tendría que pasar necesariamente por una profunda renovación que le inyectara ganas de reconquista el poder local de las grandes ciudades, clave desde las municipales de 1979, para conquistar otras mayorías, ya sea a escala autonómica como estatal. En ese sentido, el congreso provincial del próximo mes de julio puede resultar determinante más allá de que en la noche electoral se escuchara al presidente Griñán alertar de que ahora iba a ajustar cuentas con la mayoría socialista de Cádiz, la de ese Sánchez Cabaña como le nombró en la noche de autos quizá sin más intención que la de un lapsus linguae o tal vez para equipararle irónicamente al Sánchez Gordillo de las filas de IU. Si el PSOE juega bien sus cartas, podría llevar a cabo una transición tranquila en Cádiz. Sin embargo, ningún precedente histórico confirma dicha hipótesis. Me echo una porra con cualquiera a que habrá jaleo.

El 25-M, en cualquier caso, no fue un grajo blanco manifiestamente en contra de las medidas económicas del Gobierno que volvieron a sustanciarse cuatro días después durante la huelga general del jueves: tan sólo cabía pasearse por las calles del centro histórico de la capital gaditana, por ejemplo, para comprobar que probablemente nunca había tenido un impacto tan mayoritario en esa ciudad. Y los piquetes tampoco fueron especialmente coactivos. Los seis activistas que a la medianoche acudieron a cerrar el bar donde yo me despedía del sector de hostelería durante las veinticuatro horas siguientes, lo más fuerte que dijeron es que parecía mentira que los jóvenes tuvieran que darnos lecciones de huelga a los mayores. O sea que me llamaron viejo. Pero salvo en eso tenían toda la razón.