El encuentro
Miras a los otros pero lo que estás viendo es, en realidad, tu propia vida
Actualizado:Nos encontramos el día de la huelga, en plena calle. No nos veíamos desde los 26 años y ahora tenemos 52. La mitad de la vida, exactamente: me di cuenta de ello en el acto, antes de que ninguno de los dos dijera nada. Nos miramos a los ojos durante unos segundos, como sondeándonos, y quedamos para tomar un café un poco más tarde. Al principio me dio la impresión de que no había cambiado mucho. Conservaba el pelo. Su sonrisa era la misma, a pesar de la edad. Por otro lado, y afortunadamente, ninguno de los dos quiso mencionar las circunstancias que nos distanciaron y el momento en que dejamos de vernos. De hecho, fue algo muy repentino: una especie de malentendido estúpido que no merece la pena recordar. Pero ahora estábamos allí, sentados frente a un par de cafés, en un local que antiguamente frecuentábamos, lo cual añadía cierto encanto turbio a la agitación de nuestras respectivas memorias. Crecimos juntos en los años cruciales. Compartimos gustos y aficiones. Y hasta alguna novia. Hablábamos de todo, estudiabamos la vida con una pasión y una vehemencia que ya no volverá.
Recuerdo que en cierta ocasión me dijo que la mayoría de las personas hacen lo que no pueden evitar hacer. Y yo entonces entendí que lo que en el fondo quería decirme era que él no iba a conformarse con eso. Pero ahora estaba ahí, inclinado hacia delante sobre la mesa con los brazos cruzados y una mirada un poco furtiva. Acaba de llegar a la ciudad hace apenas unos días. Habló de la precaria salud de sus padres y aludió de pasada a su única hermana, que al parecer tampoco está atravesando una buena temporada. Mientras le escuchaba, recordé en silencio los años juveniles. Ambos sabemos perfectamente cómo es el otro. Y sabemos algo más: sabemos lo que queríamos llegar a ser. Él, desde luego, era brillante en todo. Y estoy seguro de que podía haber triunfado en cualquier cosa. Pero ahora está derrotado. Está hundido. Eso se ve en seguida, ni siquiera hace falta hablar de ello. Es curioso: miras a los otros pero lo que estás viendo es, en realidad, tu propia vida. Dijo que se había separado hace poco de su segunda mujer: una italiana con la que vivía en Barcelona. Tenían un negocio pero ha ido mal y han tenido que cerrarlo por falta de crédito. De modo que aquí está. De vuelta a la casa de sus padres con 52 años. Y, así es la vida, mientras me lo contaba sonreía igual que a los 20. Luego pensé: el tiempo, en un sentido, te aleja de las personas. Pero por otra parte, también va limando diferencias, sometiéndonos a represalias y treguas similares. De jóvenes éramos muy distintos y sin embargo ahora parecemos iguales. Con la salvedad de que él está en paro. A una edad imposible. Y viviendo a expensas de la pensión de un anciano con el que en realidad nunca se llevó demasiado bien.