Regreso a Cádiz
SECRETARIO PROVINCIAL DEL PAActualizado:Después de un tiempo, demasiado largo, vuelvo a Cádiz. Quiero estar en mi ciudad para la fecha cumbre del Bicentenario, el 19 de marzo, cuando se festeja el doscientos aniversario de la Constitución de 1812, la de Cádiz, la que llaman 'La Pepa'.
Salgo de Madrid, donde tengo mi trabajo y hacia donde un buen día marché porque en la Bahía, en aquellos tiempos, no lo encontraba. Desde la estación de Puerta de Atocha, he cogido el AVE que sale a las siete de la mañana para estar en Cádiz a las diez y diez, sino falla en la puntualidad, para poder aprovechar la luminosa mañana de la vieja Gades.
Estoy releyendo un libro y he aprovechado el camino, es 'El Cádiz de Las Cortes', la vida en la ciudad en los años 1810 a 1813, de Ramón Solís Llorente, un libro que retrata perfectamente a mi ciudad en una época importante, cuando la capitalidad real de España, política y económica, estaba repartida ente Barcelona y Cádiz, y Madrid no era nada, bueno, sí, era la residencia de los reyes y de la corte que vivía de nosotros.
De capítulo en capítulo pasaban las estaciones: Ciudad Real, Puertollano, Córdoba, Sevilla. y no me dio tiempo casi avanzar en la lectura, porque el AVE -qué nombre más bien puesto ya que vuela- estaba llegando a la Isla de León y me preparé para bajarme en Cádiz, en la estación principal, pues mira que bien que Cádiz ya tiene varias estaciones a lo largo de toda la estación.
Da gusto llegar a la ciudad, huele diferente en Cádiz, el olor del mar se nota, no las toxinas que se traga uno en Madrid. Nada más salir de la estación me maravillo con lo que veo: las zonas ajardinadas sobre el nuevo parking de la plaza Sevilla, la nueva parada de autobuses, el tráfico ordenado. ¡Qué bonito todo y arreglado! Al fondo, todo el muelle lleno de barcos.
¡Hay que ver a qué ritmo cambian las cosas de Cádiz!
Un simpático taxista me recogió y le pedí que me llevara al hotel Atlántico. Me hacia ilusión hospedarme en él, pues el anterior ya lo conocí bien en más de una boda. Me comentaba el buen hombre la aceptación que había tenido este nuevo hotel, que siempre estaba lleno. Le comenté que yo no tenía reserva y entonces me insinuó que por un poco más de dinero podía ir al nuevo hotel Valcárcel, de seis estrellas -o sea con más estrellas que un general de una película americana-. Me convenció y la verdad es que fue un acierto: es un 'peazo' de hotel. ¡Qué lujo! Además, me dieron una habitación con vistas a la playa de la Caleta con el mítico castillo de San Sebastián al fondo. Castillo de mis recuerdos, de cuando niño lo rodeaba en marea baja para coger cangrejos moros. Me enteré de que ahora que tenía un muelle de atraque exclusivo para personalidades y un auditorio enorme, donde esa semana tocaba la Filarmónica de Bucarest y cantaban Plácido Domingo y Montserrat Caballé.
Una vez que 'sorté' las maletas, me refresqué, cambié de camisa y me puse una rebequita, por si por la tarde refrescaba. Me fui andando tranquilamente por la Alameda hasta el muelle a coger el Vapor del Puerto para que me llevara al Puerto, a la Ribera del Marisco, pa ponerme tibio de barbadillo, gambas y langostinos, y, cómo no, un poco de pescao frito. Desde el vapó divisé el Puente de La Pepa. ¡Impresionante! Lo han acabado hace poco, para que estuviera listo para el evento del Bicentenario. Me contaba un viajero gaditano del barco que el día de la inauguración fue divertidísimo que había toda clase de ministros, consejeros de la Junta de Andalucía y, por supuesto, la señora alcaldesa y los concejales, todos queriendo salir en la foto, tanto es así que entre empujones a una ministra se le voló la pamela que llevaba y fue a parar a una farola. «La estijera para cortar la cinta acabó en el agua y las rosas rojas de la decoración se las comieron las gaviotas» -decía mi compañero de viaje. Vamos, que tuvieron los autores tema para todo el Carnaval.
Por la tarde volví a Cádiz en el autobús, era de la empresa Cosme, super cómodo. Pasamos junto al Río San Pedro, mientras que al otro lado se veían innumerables fabricas. Además había colas de autobuses con los trabajadores que terminaban de su jornada laboral. Cruzamos por el puente y la vista de Matagorda y de los astilleros de Cádiz, con todos los talleres y diques ocupados, me decía como había progresado la Bahía desde que tuve que marcharme a mi pesar.
Cuando me baje del autobús.
-Ring!, «Buenos días. Son las siete y veinte. Hace viento de levante y tenemos catorce grados de temperatura. Vamos a tener un día caluroso, no sólo en lo climatológico, sino también en lo social, pues hay diversas manifestaciones programadas por varios conflictos laborales y probablemente los trabajadores de Astilleros cierren el puente,.».
Juan José, el locutor que me habla desde mi reloj-despertador, me devuelve a la realidad. Cádiz podría ser de ensueño pero no lo es. Y reflexiono, y me pregunto: ¿Qué hacemos cada uno de nosotros para que lo sea?