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El presidente cubano Raúl Castro saluda al Papa en el aeropuerto de Santiago de Cuba. :: ALEJANDRO ERNESTO / EFE
MUNDO

El Papa pide «libertad y reconciliación» para Cuba

En un primer discurso muy medido ante Raúl Castro, defiende los «justos deseos y legítimas aspiraciones de todos los cubanos», incluidos los del exilioBenedicto XVI defiende los «justos deseos y legítimas aspiraciones de todos los cubanos», incluidos los del exilio

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ ENVIADO ESPECIAL
SANTIAGO DE CUBA.Actualizado:

Benedicto XVI llegó ayer a Cuba en medio de una gran expectación, tras la histórica visita de Juan Pablo II en 1998, por el impacto que puede tener su paso por la isla en el proceso de cambio que vive el país, en el que está muy implicada la Iglesia local en un diálogo con el Gobierno. Es un momento interesante, pero delicado, en el que hay un entendimiento que no se quiere romper, pero que se desea forzar a nuevos pasos. En ese contexto, había y hay enorme curiosidad por lo que vaya a decir Ratzinger, sobre todo por su perfil moderado, esquivo a las polémicas, y viniendo de una escala en México con discursos estrictamente religiosos, sin entrar en las cuestiones candentes de la sociedad mexicana. Pero el primero de sus cuatro discursos previstos, ante el presidente Raúl Castro en el aeropuerto de Santiago, no estuvo mal. Había que leer mucho entre líneas, pero el pueblo cubano está muy entrenado. Fue una de esas obras de ingeniería semántica de la diplomacia vaticana.

El Papa tocó todas las claves en juego y fue deliberadamente ambiguo en los pasajes más delicados. Pero al final dejó caer sus mensajes. Hablando de la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, elemento esencial de la identidad cubana, no solo de los creyentes, dijo que le pediría «su intercesión para que guíe los destinos de esta amada nación por los caminos de la justicia, la paz, la libertad y la reconciliación». Añadió que la devoción a la Virgen «ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales». Y lo remató recordando que la popularidad de la Caridad del Cobre prueba «las profundas raíces cristianas que conforman la identidad más honda del alma cubana». Es decir, recalcó que pese a décadas de persecución, hasta la apertura de los noventa, la fe católica no ha sido borrada y es parte de la tradición del país. Benedicto XVI se dirigió en otro momento más directamente «a todos los cubanos», subrayando en dos ocasiones «allá donde se encuentren» y «dondequiera que estén», una clara alusión a la comunidad del exilio, tanto la diáspora histórica tras la revolución de 1959, con su capital en Miami, como a las generaciones emigradas en busca de futuro. Son dos millones de personas, frente a once millones que viven en Cuba. Una de las grandes metas de la Iglesia en este proceso de transición, pensando en el futuro, y que puede resultar muy útil para el Gobierno, es convertirse en factor de cohesión para la reconciliación nacional.

Ratzinger utilizó dos adjetivos muy intencionados -'justas' y 'legítimas'- para hacerse portavoz de las ansias de cambio de los cubanos y de su estado de ánimo: «Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones y anhelos más nobles». Y citó «de modo especial», entre otros, a «los presos y sus familiares», referencia evidente a los detenidos políticos. Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional del disidente Lizardo Sánchez, son medio centenar en este momento.

Uno de los asuntos más delicados que estarán en el aire durante los casi tres días de visita es precisamente ése, los disidentes. Muchos de ellos, además, son católicos y han sido perseguidos por su fe. Ahora denuncian detenciones, bloqueo del teléfono y amenazas para hacerles desistir de ir a las misas del Papa de ayer por la tarde en Santiago -madrugada en España- y de mañana en La Habana.

Colaboración y confianza

Grupos como las Damas de Blanco han pedido «al menos un minuto» con el Papa, aunque el Vaticano lo excluye. Tampoco ocurrió con Juan Pablo II en 1998. Para ignorarles y para salvaguardar el diálogo de la Iglesia cubana con el Gobierno, Benedicto XVI debe guardar un equilibrio muy incómodo, pues precisamente es él quien exige con insistencia a los fieles que hagan defensa pública de sus valores y les pide, sobre todo a los políticos, coherencia entre la vida privada y la social. En el mismo vuelo hacia México volvió a censurar «una cierta esquizofrenia entre moral individual y pública». En Cuba, la esquizofrenia es del Vaticano, por razones de fuerza mayor. Los disidentes católicos se sienten abandonados e incluso, «despreciados» por la Iglesia cubana.

Pero la estrategia de la Santa Sede ahora tiene otras prioridades. Benedicto XVI describió «una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, con un espíritu de mayor colaboración y confianza», pero señaló que hay «muchos aspectos en los que se puede y debe avanzar, especialmente en la aportación imprescindible que la religión está llamada a desempeñar en el ámbito público de la sociedad». Marcó así las exigencias de la Iglesia cubana: abrir colegios, construir iglesias, contar con una emisora, tener acceso a los medios.

El pasaje más curioso del discurso fue un ataque de Ratzinger al sistema capitalista, algo llamativo para un Papa en Cuba y que debió de ser música para los oídos de Raúl Castro. Lo hizo hablando de la crisis, causada por «la ambición y el egoísmo de ciertos poderes que no tienen en cuenta el bien auténtico de las personas». «No se puede seguir por más tiempo en la misma dirección cultural y moral que ha causado esta dolorosa situación», concluyó.

Aunque la reflexión posterior podía aplicarse a cualquier lugar, también a Cuba: «Se abre paso la certeza de que la regeneración de las sociedades y del mundo requiere hombres rectos, de firmes convicciones morales y altos valores de fondo que no sean manipulables por estrechos intereses». El Papa dijo para terminar: «Estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana». La Iglesia también, y no quiere perdérselo.