Un cuento chino
La consigna de la comunidad asiática es: «Hablar poco y trabajar mucho»
Actualizado: GuardarNo hay rastro de templos budistas en España ni Confucio parece estar precisamente de moda, pero los miles de chinos que se ganan la vida trabajando en los 7000 bazares de todo a un euro se aferran a los valores del esfuerzo, la riqueza y el sacrificio que han dejado grabado en su cultura milenaria. Probablemente el presidente de Mercadona, Juan Roig, no cayó en la cuenta de este detalle cuando apeló a imitar la cultura del esfuerzo y del trabajo –siguiendo el ejemplo de los chinos– como fórmula milagrosa para salir de la crisis que nos lleva.
Hay que recordar que los emigrantes del gran país asiático centran su objetivo vital no alcanzar el ‘dolce far niente’ sino en acumular la hacienda suficiente para disfrutar de una longevidad tranquila. Para lograrlo son capaces de echar interminables horas de trabajo, dormir en colchonetas en sus propios negocios o de veinte en veinte en sótanos abarrotados; y trabajar en talleres de confección clandestinos fines de semana incluidos. Todo sin hacer ruido, sin construir llamativos lugares de oración, ni centros de reunión del tipo ‘la casa de Zhejiang’, sin relacionarse con el entorno más que para regar el negocio. La consigna es: ‘Hablar poco y trabajar mucho’, igual que unos que ya sabemos. Ellos también hacen turismo pero utilizan el visado de viaje para buscar trabajo y entrar como turistas en España sin líos de aduanas, ni pateras, ni autobuses abarrotados. Y si en el plazo de un año no les va bien se vuelven por donde han venido sin pedir subvenciones al estado. Cuando llegan al final de su vida laboral hacen la maleta y regresan a su tierra sin reclamar pensiones de jubilación ni otros derechos del estado de bienestar. Ellos se construyen su propio estado de bienestar. Apenas utilizan los servicios de asistencia sanitaria de la seguridad social y cuando no tienen más remedio se buscan un compatriota que les atienda. Si la cosa es grave prefieren regresar a su país. De esa manera una colonia de unos 200.000 individuos ha pasado prácticamente inadvertida en España sin excitar ni amores ni odios.
Por eso, la sugerencia de Juan Roig choca con una sociedad como la española que ha realizado una asimilación del estado de bienestar tan rápida que ha acabado por creer que cae del cielo. Y que el trabajo diario era un trámite para jubilarse cuanto antes y tener la mejor sanidad del mundo. Para sufragar el dispendio se emprendió una carrera enloquecida de encarecimiento de salarios y servicios y como no alcanzaba para financiar vacaciones, coche nuevo, casa en la playa, complementos de lujo, vinos de marca, aeropuertos a la puerta de casa y todo derroche propio de un país de nuevos ricos pues, a pedir crédito. A la vuelta a la realidad nos hemos dado cuenta que los pobres chinos ¡eran los ricos¡