Los socialistas gaditanos aplauden la entrada de Luiz Pizarro en la sede provincial del partido. :: FRANCIS JIMÉNEZ
ANDALUCÍA

El sabor de la alegría inesperada convierte el alivio en abrazo y el retroceso en triunfo

González Cabaña cree que el PSOE se ha impuesto a la calumnia y pide a Javier Arenas que se vaya «y se lleve a Sanz»

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Entraban los trabajadores del PSOE, los candidatos y unos pocos afiliados, hasta los periodistas, como a un funeral. Las últimas tres convocatorias electorales, en menos de dos años, habían terminado en hundimiento electoral. Aunque el primer revés fuera en unas europeas, que vienen a ser cascarón de huevo, las dos más recientes habían acabado en palo considerable. Las municipales de mayo y las generales de noviembre fueron debacles para los socialistas gaditanos. Pérdida de poder, de representación, de peso, de votos, de protagonismo y de todo. Más que pasos hacia atrás, saltos mortales sin tirabuzón.

Así que todo el mundo llegaba con la cara que tocaba, la de circunstancias, de derrota anunciada, la del tercer y definitivo bofetón en las urnas. La de la prudencia asumida.

Pero en el recuento más rápido que se recuerda en años, hubo que aparcar el luto y la mueca de pesar. Cuando los votos revisados eran más del 60%, todo saltó por los aires, como los gritos que empezaron a recorrer la sede socialista de la plaza de San Antonio. Parecía que había pasado algo malo, que se había caído alguien pero era el ruido que hace la alegría inesperada, el alivio convertido en triunfo sorprendente, la derrota que es tan pequeña que ni lo parece.

Diego López Garrido, eurodiputado con residencia en Cádiz, era el invitado de excepción a la fiesta improvisada. Silvia López, María Colón, Luis Pizarro, Francisco González Cabaña y Manuel González Piñero completaban el grupo de los que intercambiaban abrazos, saltos y hasta bailes por pasillos y escaleras con otros compañeros que suspiraban tanto que parecían chillar.

Lo vieron perdido, estaba todo decidido, y para mal, pero así sabe mejor. De pronto, el descalabro fue mínimo. El Partido Popular conquistaba ocho diputados en la provincia, uno más. El PSOE bajaba a seis, dos menos. Izquierda Unida tenía dos, el doble. Numéricamente, un retroceso. Espiritualmente, la levitación. No intenten explicárselo a un niño. Los que más sacan, hundidos. Los que menos, tienen la sartén por el mango, y los de la mitad, que retroceden, eufóricos.

Esos números, unidos a los andaluces, significan que el PSOE puede gobernar, que los populares no alcanzan la playa de la mayoría absoluta que marcaban los 55 diputados. Empate, casi, a votos, pero no a satisfacción. Los socialistas se la llevaron toda, a medias con IU. El PSOE podrá gobernar. La marea azul dejó de subir cuando tocaba el cuello. Falsa alarma, otra oportunidad, bola gratis. El paso atrás sabía tan bien como la supervivencia a un moribundo. La amputación debe saber a gloria cuando se espera el final.

Aparecieron las cervezas, las empanadas, las risas, las bromas y, tras ellos, González Cabaña y Luis Pizarro. Una vez escuchados Arenas y Griñán, les tocaba la interpretación provincial. Ni una frase para el retroceso, ni un minuto para el necesario pacto de izquierdas, «doctores tiene el partido». Nos hemos salvado y eso puede con todo.

El secretario general provincial por unos meses, González Cabaña, admitió el alivio: «Hemos parado al PP, hemos remontado las aguas bravas que se nos venían. La gente ha expresado su voluntad de que no hubiera un gobierno de derechas en Andalucía. Gana la izquierda, pierde Arenas».

Sin el yugo de la pérdida de poder que había lastrado sus últimas intervenciones en noches electorales tétricas para sus intereses, se dedicó a ajustar cuentas: «Arenas debe abandonar la guerra sucia, ha querido ganar de forma sucia. Lo mejor que podría hacer Arenas es marcharse y llevarse a Antonio Sanz de la mano. Los socialistas hemos sido calumniados, difamados, permanentemente insultados en estas semanas pero el pueblo andaluz es viejo y, por ello, sabio. No quiere a Arenas ni a Sanz, lo ha dicho una vez más».

Su sensación de desahogo era tal que recordó a «los socialistas que lo han pasado tan mal en estos días. ¿Si la derecha no ha ganado estas elecciones, cuándo lo va a hacer?».

Luis Pizarro, más comedido y breve, recordó que siempre ha defendido que en estas elecciones «había un clima distinto al del 20 de noviembre, y se ha demostrado. Si Arenas no había conseguido el respaldo de los andaluces en tres ocasiones ¿por qué iba a ser a la cuarta?». Al igual que Cabaña, tuvo el mayor agradecimiento para una militancia que se ha crecido «en la adversidad».

Era tanta que resistirla se celebró como la mayor victoria.