el maestro liendre

Escondidos tras la gente

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Defender que el Bicentenario ha sido, ya, un éxito por las 72 horas de bullicio vividas el pasado fin de semana tiene el mismo rigor que decir que la Iglesia lo borda por un Domingo de Ramos de ambientazo. Resulta difícil (o no) entender el volantazo que han dado tantos respecto a la conmemoración. Era un espanto, un fiasco, casi una estafa, hasta febrero. Pero dos semanas despúes, el 20 de marzo –et voilà o chantatachán de Tamariz– resulta que ha sido un prodigio porque ha salido, y cómo, la gente. Es una alegría, al menos, que el giro teatral haya servido para reconocer la capacidad para celebrar de los gaditanos, contagiosa para el visitante, próximo y lejano. Alegra más por cuanto la ‘gente’ de aquí –segmento difícil de definir– suele ser ridiculizada como chusma semianalfabeta y despreocupada, adicta a lo gratuito, perezosa, graciosilla y frívola. Desde fuera y entre nosotros. Resulta, sorpresa, que en la categoría ‘gente’ entran personas capaces de hacer horas de cola para disfrutar de un palacio lleno de propuestas arriesgadas y para ver exposiciones con un manuscrito excepcional como gran atractivo para la curiosidad histórica de un pueblo al que siempre se le dijo que pintaba algo. De pronto, llena plazas para escuchar zarzuela o actuaciones menores, o abarrota el primer teatro. Incluso, se arremolina en la puerta de oratorios y museos que (salvo un par de excepciones) no tenían contenido, mantuvieron su impracticable horario, cerraron por la tarde o un día entero, o no estaban a tiempo para que los interpretaran. La inocente ilusión de los paseantes pudo más que las élites (no sólo cargos electos), esas hordas de delegados, consejeros, técnicos, consultores y periodistas que hablaron, sin que nadie les preguntara ni lo esperase, de Shakira y de un puente lejano; de un veloz caballo de hierro y de la MTV, que trajeron a José Tomás y prometieron la Ópera de Sidney, de castillos mágicos en el mar, música y fuegos artificiales; del sueño de erradicar la vergüenza de la infravivienda; de Pérez Reverte y exposiciones que no cabrían en un estadio, de hoteles nuevos, lujosos y encantadores; de taxistas que hablarían inglés como sir Lawrence Olivier o bares decorados para la ocasión; de edificios públicos y bien aprovechados... Todos esos han fallado (en alguna medida, pese a los éxitos o esfuerzos concretos) pero ni una explicación darán. Mucho menos va a volver un céntimo de sus suculentos e injustificables cinco años de nóminas. Crearon unas expectativas falsas y enormes por puro interés (electoral y personal). La ‘gente’, de la que tanto se ríen en sus sus tertulias blogueras o clásicas les ha dado una lección, esa del mejor desprecio. Resulta que la gente no meó en la calle, ensució lo mínimo y no destrozó. Raro, porque así actúa la ‘gente’ de Cádiz, sólo la de Cádiz, en todas las fiestas multitudinarias. El resto de las del mundo son un impoluto ejemplo de orden. Resulta que no sólo interesa el Carnaval, los pasos y el fútbol, que las curiosidades no se excluyen unas a otras.

Resulta que esa gente que lo llenó todo de miradas no tenía dónde comer porque la hostelería local, el empresariado autónomo, que es otro tipo de ‘gente’, niega que necesite reciclaje aunque, con excepciones, es un bochorno hace mucho sin que nadie lo asuma ni lo afronte. Locales sin personal ni vitualla, con barras que devoran a camareros aislados, efímeros, desmotivados. Cuando viene la ola, nunca están en la tabla. Y cuando no viene, a llorar. Miles de clientes potenciales atendidos por esa otra ‘gente’, de mi pueblo, pícara y maleada, listilla, faltona, que confunde servicio con servilismo y que cree que atender bien es humillarse. Esa que no entiende que no tenemos ya más producto que el sol y ese apego por la calle que ahora quiere presentarse como éxito cuando es hábito ridiculizado.

Ha sido un brillante anuncio publicitario, una promoción enorme, bien montada y organizada que ha puesto el nombre de Cádiz en todas partes durante unos días. Merecen aplauso y gratitud los que lo han propiciado. Es la única parte que ha funcionado pero el resto (infraestructuras, programación, motos averiadas) del sueño que nos metieron por los ojos a presión durante años aún es un fracaso. No vayamos ahora a escondernos detrás de esa ‘gente’ a la que sólo le pedimos votos, presencia y que compren periódicos.