tribuna libre

'La Pepa', dos siglos después

El espíritu de la Constitución de 1812 dañó con fuerza a los absolutos imperios europeos y a ello se quiso volver una vez y otra a lo largo de todo nuestro siglo XIX

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Es justamente lo que estamos conmemorando en este mes de marzo: el recuerdo de la que fuera nuestra primera Constitución, elaborada en las Cortes de Cádiz y que, por aprobarse definitivamente el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, pasó a ser conocida coloquialmente como ‘La Pepa’. Como es harto conocido, Napoleón se había llevado a Francia al hasta entonces reinante Fernando VII y el trono estaba ocupado por José Bonaparte, hermano del Emperador. Desde que ello ocurriera, se desata ‘la guerra contra el francés’ (no pasó a denominarse ‘guerra de independencia’ hasta entrados los años veinte). Napoleón encarnaba todos los males, dada su naturaleza diabólica, según constaba en el Catecismo Civil que se elabora y extiende pronto por toda Europa. El pueblo español mira hacia arriba y, al no ver a su querido soberano Fernando, se encuentra en una especie de ‘status naturae’, como bien estudió el profesor Díez del Corral; y entonces vuelve su vista a sí mismo y se percata de que es él quien resulta el único dueño de la soberanía. Con José quedan quienes posiblemente no tenían más remedio y pasaron a ser denominados como ‘afrancesados’. Y allá, hasta el sur (San Fernando-Cádiz), van llegando quienes no aceptaban al francés. Esto, lo francés, era la cuna de todos los males. Aunque, sin embargo, estaban poseídos de las ideas revolucionarias del país vecino, por lo que se les denominaría ‘afrancesados ideológicos’.

En la iglesia de San Felipe Neri se refugiaron todos los que discrepaban del establecido monarca. Muy pronto advirtieron que su labor tenía que consistir en elaborar un texto constitucional que iba a perseguir dos fines esenciales. Por un lado, reivindicar la vuelta del rey Fernando. Por otro, acabar con los privilegios de los estamentos que sostenían al Antiguo Régimen. En este menester aparecen divididos: quienes únicamente querían la lealtad a Fernando (conservadores, serviles, persas) y los liberales, que iban más allá. La habilidad de los liberales consistió en hacer creer a los reacios que nada nuevo se iba a implantar; se trataba de restaurar principios y virtudes dañadas por los reyes anteriores. Era la denominada ‘coartada histórica’. Algo que se unió a la mayor juventud y a las mejores figuras y oradores: Argüelles, Muñoz Torrero, Toreno. Triunfaba de esta forma el primer sector de burguesía de nuestra historia.

El 19 de marzo de 1812 estaba la labor terminada y en manos de la Regencia que la aprueba. A su regreso, Fernando oye en las calles el insólito ‘Vivan las caenas’. Porque precisamente eso, dictadura, era lo que representaba el primer gran dictador de nuestra historia política. Tras algunos vaivenes con el texto, el 4 de mayo de 1814 declaraba nulo todo lo hecho en Cádiz y liberaba a sus súbditos de cualquier asomo de obediencia a lo que expresamente se aludía «como si no hubiera existido nunca en el tiempo». Algo repetido en no pocas ocasiones en la posterior historia hispana.

Pero, con todo, el espíritu de ‘La Pepa’ dañó con fuerza a los absolutos imperios europeos y a ello se quiso volver una vez y otra a lo largo de todo nuestro siglo XIX. Y ello porque en 1812 se habían asentado tres principios fundamentales:

a) La soberanía que reside esencialmente en la Nación y, por ello, corresponde a ella, en exclusiva, la facultad de hacer todas las leyes justas y benéficas.

b) El principio de la libertad, que se traducía en un muy extenso catálogo de derechos y libertades para todos los ciudadanos del reino, así como algunas obligaciones ineludibles (servicio militar, amar a la patria, pagar los impuestos, respetar a las autoridades, etc.).

c) El supuesto básico (Montesquieu), que está detrás de la división de poderes. Si el poder está todo reunido en unas mismas manos, no hay Constitución. Ejecutivo, legislativo y judicial han de estar separados en la Ley Fundamental de cada país.

Como es posible deducir, ahora, dos siglos más tarde, no se puede regatear el elogio a ‘La Pepa’.