El Rey, con el pueblo
Pocas veces como hoy el monarca habrá sentido tan explícito el calor de su pueblo, que ha querido rendir homenaje expreso a la Corona en momentos en que ésta ha de sobreponerse a la contrariedad
MADRIDActualizado:Pocas veces como hoy el Rey habrá sentido tan explícito el calor de su pueblo, que ha querido rendir homenaje expreso a la Corona en momentos en que ésta ha de sobreponerse a la contrariedad. El paso de don Juan Carlos y de doña Sofía por las calles de la bellísima y engalanada de la ciudad de Cádiz ha discurrido entre muestra de afecto intencionadamente cálidas, como cálido y emotivo ha sido el interminable aplauso que las fuerzas vivas de la nación han tributado al Monarca constitucional que encarna en su persona y en su función el objetivo entonces utópico de aquellos constituyentes, que osaron reivindicar su soberanía en plena ocupación militar del suelo patrio.
Don Juan Carlos, al ensalzar la lucha de una nación “que estuvo muy por encima de sus máxima autoridades y destacó por su dignidad, su heroísmo y su generosidad”, no ha hecho más que personificar el objetivo de aquellos arrojados patriotas, que no encontraron ciertamente entonces el acompañamiento de una monarquía capaz de ponerse al frente de la modernización del país.
Por fortuna, este país ha aprendido de su historia, y hoy el régimen parlamentario de nuestra democracia brilla sin mácula alguna, y lo hace precisamente sobre los mismos pilares que fundaron los ilustrados de Cádiz: “se afirmó la soberanía sobre la unidad de la nación y se reconocieron los derechos y libertades individuales”; y sobre la estructura del Estado, el rey constitucional arbitra y modera el funcionamiento de las instituciones. En esto consiste la esencia del demoliberalismo.
Y si el Rey ha destacado que “los españoles somos plenamente conscientes de que hay buenas y poderosas razones para confiar en nosotros mismos”, el presidente del Gobierno ha aprovechado la ocasión para proponer la emulación de aquellos héroes, que supieron emprender el camino de las reformas cuanto mayor era la dificultad de abordarlas. El argumento es cabal y muy oportuno.
Cádiz –lo ha dicho el Rey- abrió la puerta de un proceso de dos siglos que solo hace unas pocas décadas ha llegado a culminar los valores fundacionales con la Constitución de 1978, la primera que ha conseguido dilatada vigencia y que nos ha situado plenamente en la contemporaneidad, en que la España moderna y democrática tiene su fecundo acomodo. Ante esta exitosa evidencia –ha propuesto don Juan Carlos-, es preciso que “sepamos ir avanzando, con la inspiración de los grandes logros del pasado, a favor de la unidad, la libertad y el bienestar de todos los españoles”. El sentido de emulación que aquella gloriosa aventura sugiere debe servirnos de nutriente en este difícil e ingrato viaje que hoy tenemos que realizar hacia el realismo político y la recuperación del pulso, después de un desafortunado tropiezo que nos volvió en sí cuando ya habíamos perdido por completo el sentido de la realidad.