Españolitos por el mundo
El amargo recuerdo de tantos que entonaron en el tren «adiós mi España querida» actuó como vacuna contra la movilidad
Actualizado: GuardarUn país que le montó una huelga general a José María Aznar para echar abajo una ley porque se obligaba a un desempleado a aceptar un trabajo a poco más de 30 kilómetros del domicilio ahora consume con fruición todas las variantes televisivas de españoles, vascos, madrileños, castellanos, ‘por el mundo’. Entonces fue a la calle medio Gobierno porque la aspiración de todo imberbe que llamaba a la puerta del mercado de trabajo era currar en la ciudad donde nació para no tener que cambiar de bares, ni de familia, ni de cuadrilla.
Durante años se quedaban cientos de plazas de altos funcionarios desiertas porque los de Madrid no querían, ni en pintura, mudarse a Barcelona y viceversa. Miles de profesionales si tenían la ‘mala suerte’ de encontrar un empleo lejos de su ciudad se pasaban media vida laboral en la carretera para volver a dormir a casa, cerca de la tribu familiar y de su paisaje urbano aunque hubiera que tirar de volante muchos kilómetros. En un país donde con el abandono del campo se formaron colas interminables de trabajadores hacia los focos fabriles de la península, la movilidad, o mejor, la inmovilidad se había convertido en una de las contrariedades más serias del mercado laboral. Por no hablar de la peregrinación hacia centro Europa con la maleta de madera en la mano. Quizás el amargo recuerdo de tantos que entonaron en el tren «adiós mi España querida» actuó décadas más tarde como vacuna contra la movilidad. Pero en realidad ese era un problema pre-crisis porque ahora que nuestro flujo migratorio se ha invertido los antiguos obstáculos o escrúpulos para aceptar una oferta laboral ‘fuera’ van cayendo como las murallas de Jericó. Y al reclamo de los reportajes televisivos ‘por el mundo’ –en los que por cierto a ningún españolito se le ve trabajando sino paseando a sus anfitriones de la tele– se está produciendo una rápida mutación en los usos laborales.
Los sueños se desenfrenan a la vista de imágenes donde jóvenes estupendos se mueven con soltura por los sofisticados centros de las capitales más apetecibles o las costas más lejanas; nos enseñan los apartamentos de alto ‘standing’ donde viven, a sus amigos nativos tan adorables y los locales donde toman una copa después de ganarse la vida con originales empleos o negocietes imaginativos. Y aunque la dura realidad está muy lejos de la que ofrece la tele, en cuatro años cerca de 300.000 jóvenes de más de 18 años han cruzado la frontera soñando con ser uno de esos españolitos de reportaje. La diferencia con sus antepasados de la boina y chorizo en la maleta es que ellos ya son europeos, tienen una moneda común, no les piden el pasaporte, saben idiomas y están académicamente homologados. Si lo piensan bien ahora la emigración ni es tan gris ni el camino tan penoso.