El primer desafío de la Magdalena, notable espectáculo
Tres victorinos cinqueños de dispar condición y tres cuatreños de Cuadri de gloriosas hechuras, bravos y nobles
CASTELLÓN.Actualizado:Los tres toros de Victorino del primero de los tres Desafíos de la Magdalena fueron cinqueños. Descarado y cornalón un primero bajito y corto, casi enano, negro entrepelado, que salió gateando y tuvo la movilidad propia de la casta. Ni se entregó ni se resistió el toro, que fue, de los tres del envío, el más avictorinado digamos. Mutante conducta, a más en la muleta, sin dejar de revolverse. Fue toro con plaza y genuino interés. Combativo. Lo aplaudieron de salida y en el arrastre.
El segundo, abierto de cuerna y bizquito, provocó de salida un oh de admiración. Raro el tipo. Fue toro bastante vivo pero el más templado de los tres de su casa. De largo y elástico cuello. Apretó en banderillas, tuvo fijeza, metió la cara en los viajes por la mano derecha, solo se dejó ver en un pase por la izquierda resuelto en testarazo y desarme.
El tercero, zancudo y sillote, cornipaso y destartalado, estaba fuera de tipo. Genio violento en el caballo, frenazos, toro amusgado que echaba las orejas en alerta y se emplazó después de sangrado porque sentiría que era en los medios donde más protegido estaba. Tuvo fondo agresivo. Se metía por debajo. No era tobillero sino que buscaba. Fue, por lo demás, caja de sorpresas y, sometido y consentido por Rubén Pinar, seria e inteligente faena de poder, pareció mudar con el trato.
Hora y veinte minutos se llevó la primera mitad de una corrida que el guion tenía dividido en dos partes prescritas. Dura de manos, variada o diversa, ni típica ni atípica, de nota media tan solo discreta en varas, la mitad de Victorino fue antes que nada y hasta más que nada un espectáculo de tensión. Uceda Leal, sereno y suficiente, expuso sin duelo con el primero. Ni tiró líneas, ni se escondió, ni se tomó ventajas, ni se fue de terreno una sola vez. La estocada de Uceda fue de las de Uceda: perfecta, letal, sin puntilla el toro.
Alberto Aguilar, calambre torero constante, se templó en el arranque de faena con el segundo. En sitio bueno. Donde más quería el toro. Segunda raya. Un peleado cuerpo a cuerpo. Una estocada ladeada, rueda de peones, un descabello. Y, luego, la poderosa faena de Rubén Pinar, su capacidad para salvar el trance del tercero, que no tuvo apenas embestidas francas sino que cada viaje era un problema. Recursos, firmeza y autoridad del torero de Tobarra, que era novedad en los carteles de colmillo retorcido. Novedad importante.
La mitad de Cuadri se vivió como una fiesta. Los tres toros pasaron el listón de los 600 kilos y dos de ellos, bordeaban los 650. Espléndidas láminas. Astifinos y cornicortos, de una seriedad imponente. Ovacionaron con fuerza a los tres de salida. Y en el arrastre también.