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Manuel Alcántara, en el hospital donde ingresó tras la caída. :: C. MORET
entrevista

Manuel Alcántara: «Me gustaría debutar después de Semana Santa»

El columnista pide paciencia a sus lectores mientras se recupera en el hospital de una fractura de cadera

JUAN CANO
CÁDIZActualizado:

El mobiliario que rodea a Manuel Alcántara ha cambiado estos días. El despacho lleno de recuerdos ha sido reemplazado por monitores y goteros que, afortunadamente, no necesita. En la cama de al lado le acompaña, convaleciente por desuso, su inseparable Olivetti, a la que mira de reojo como el torero inquieto que se prepara para una nueva faena. La vida, que ha sido generosa con él, le ha dado una cornada en su maltrecha cadera. Sus muletas son ahora los amigos, que desfilan diariamente por su habitación en la Clínica Rincón, su hija Lola y sus dos nietas, Marina y Clara. Su botella de oxígeno, la rendija de una ventana por la que se ve el mar.

-¿Cómo se encuentra?

-Lo difícil es encontrarme. Me busco afanosamente, pero no me encuentro del todo desde la caída. Excepto un tifus que tuve en el Antiguo Testamento, con 13 años, no he padecido la menor enfermedad en más de 70 años.

-Se puede decir que ha gozado de una salud de hierro...

-La verdad es que sí, y eso me ha permitido ser una cosa tan rara como el decano de los columnistas españoles.

-Se le ve cansado de hospital.

-Estoy harto de convalecer. Daría algo por salir a la calle e ir a tomarme algo ahora contigo... Esa es otra. He cortado bruscamente todas mis costumbres, las mejor mantenidas, durante largos años. Hace un mes que no me tomo un dry martini ni un 'gin-tonic', y lo que es peor, ¡ni un vasito de vino tinto!

-Sus lectores se preguntan qué le sucedió exactamente.

-Pues solo se lo puedo contar parcialmente. Regresé en taxi a mi casa tras reunirme con unos amigos. El taxista me advirtió de que no subía las escaleras del mismo modo, y se quedó preocupado. Entonces, volvió a mi domicilio y vio que no contestaba nadie. Yo lo único que recuerdo es que estaba en el sofá frente al televisor, como en las películas, y me levanté preguntando dónde estoy. Al parecer, me encontraron en el suelo. La caída no fue un largo trayecto, simplemente del sofá al puñetero suelo, y ahí perdí el conocimiento. Yo me creía que era la última, pero parece que los médicos me dan esperanza.

-¿Ha empezado ya la cuenta atrás, como en el boxeo, para levantarse?

-Va a empezar mañana. La recuperación es muy lenta. Me han prescrito inmovilidad, que es muy difícil, pese a que yo nunca he sido muy nervioso ni muy agitado. Llevo un mes durmiendo con la pierna estirada. Puedo decirte que lo me han recomendado los médicos es que estire la pata cuanto antes (sonríe). No quiero perder la perspectiva. No tengo miedo, pero sí cierta curiosidad respecto al más allá, que preferiblemente llegue en la casa de uno.

-¿En que marca ha dejado la cifra de artículos consecutivos sin faltar a su cita un solo día?

-Muy cerca de los veinte mil. Cunde mucho con los tres días de vacaciones que tienen los periódicos.

-¿Se siente liberado de lo que usted llama 'la última forma de esclavitud' o le ha costado desintoxicarse de la disciplina del artículo?

-Se ha roto una costumbre muy larga de escribir todos los días durante años y años, aunque si las cosas van mejor no lo doy todo por acabado. Es lo que he hecho toda mi vida. Escribir, mirar el mar y tomar una copita con mis amigos.

-¿A qué dedica el tiempo que le deja libre los artículos?

-A nada, a seguir vivo. Y a leer.

-¿El periodismo está en la uvi?

-Sí. Tiene posibilidades de salir y cambiar de sala, pero sí que lo está. Yo aspiro a hacer un cucurucho con uno de mis últimos artículos y tirar a la papelera 'mi corazón de papel'.

-¿Cuándo volverá al ruedo del artículo? El Domingo de Resurrección parece una buena fecha.

-El Domingo de Resurrección sería ya demasiada coincidencia con el Sumo Hacedor, pero será por esa fecha. Quisiera debutar después de Semana Santa.

-¿Qué mensaje trasladaría a sus lectores?

-Yo necesito paciencia para curarme, y ellos necesitarán paciencia para seguir leyéndome.