AQUELLASEMANA SANTA (II)
Actualizado: GuardarCuando retorna el solsticio de la primavera, el verde olivo de Getsemaní, el cardenal de los azotes del Cristo de la Columna, el rojo y gualda de: «He aquí el Hombre», y el morado del Nazareno con la cruz a cuestas, se adueñan de nuestras vidas. Es un sentimiento confuso donde la emoción se nos escapa en una inteligible multiplicidad de sensaciones, como sombras fugaces que tienen algo que ver con los niños vestidos de Domingo de Ramos, con el viejo amigo reencontrado en el mismo lugar, con esa madre planchando la túnica, con el sagrado rito de salir de casa de la mano de tu padre a las calles silentes. Pasea Cristo su verdad por aquellas Semanas Santas de mi niñez en Úbeda, entre hachones y estandartes guía de plata trabajada, entre los prodigios áureos de sus tronos, que es la fe del pueblo, y entre inmensos artífices del dolor y de la lagrima, unos imagineros cuyos nombres memoricé siendo un chiquillo: Coullat Valera, Vassallo el imaginero gaditano, Amadeo Ruiz Olmos, Mariano Benlliure, o Palma Burgos. Luego, ya en el Cádiz de los años sesenta, memoricé las cinceles de los escultores gaditanos, y me embriago cada año con las tallas de Laínez Capote o de Ortega Bru, y ante la Humildad y Paciencia de Jacinto Pimentel, un Cristo absorto ante la capacidad de perversidad de sus hijos creados, o con el Nazareno del Amor de Berraquero, todo un paradigma de la inagotable misericordia de Jesús. En San Juan de Dios, la Candelaria, el Palillero o san Francisco, se nos ofrece todo un mundo escrito de amor que asoma en la mirada de un Cristo agonizante, de un cirineo caritativo, o de una Dolorosa de llanto devastador. Me admiro con ese Nazareno Afligido de Stherling que se manifiesta cada Viernes Santo en el dintel de la iglesia de san Lorenzo, incrédulo e inconsolable pidiéndonos indulgencia, mientras María Santísima de los Dolores de los Servitas acepta el dolor como espejo del género humano, cerca del Cristo de la Buena Muerte, que Alonso Martínez cinceló con perfección griega. En Semana Santa el pueblo saca a la calle a un Dios, Jesús de Nazaret, o para quien lo prefiera, al hombre santo que más influencia ha tenido sobre la vida de los seres humanos en toda su historia.