FONDO
Actualizado: GuardarEl peso cae y va haciendo mella en nuestras fuerzas. Nada sirve de alivio: un breve descanso sin el palo al hombro no es suficiente para reponer las energías que lleva el cargador derrochadas.
De vez en cuando, llega un poco de agua que sirve para refrescar un paladar reseco por la respiración jadeante y entrecortada. Es un suave alivio que supone poco en el recorrido pero, a su vez, significa mucho en determinados momentos de dolor y soledad. También las Santas Mujeres quisieron enjugar el rostro del Señor limpiando el sudor y la Sangre que empañaban su Santa Faz. Algo puntual durante el penoso caminar hacia el Calvario pero suficiente como bálsamo de ternura ante los insultos, golpes y empujones que acompañaban toda su pasión. Y Jesús, Dios hecho hombre, débil como nosotros -excepto en el pecado-, caía extenuado por la fatiga y el dolor por nuestras faltas. Pero se levantaba, el Amor lo recomponía y le aportaba la fortaleza necesaria para volver a erguirse -aunque tambaleante-. Se alzaba, para que nosotros nos levantemos una vez y siempre.
También los cargadores sacamos fuerzas de donde no las tenemos: no es el vigor físico el que nos vuelve a colocar el palo al hombro, sino el amor a nuestros seres queridos fundamentado en ese mismo Amor divino con que Jesús se abrazaba a la Cruz.
Y tras el breve descanso, otra vez arriba ¡Al cielo con Él! Un golpe de martillo nos vuelve al trabajo penoso pero libremente escogido y felizmente aceptado. Ya queda menos: más cansados aunque satisfechos por caminar a Su lado.
Necesitamos arriar el paso, dar fondo para descansar. De esta manera, nuestra fortaleza soberbia y vanidosa, deja paso a la humildad de los sentidos rendidos por el agotamiento. Pero no importa, seguimos ahí debajo. Apenas podemos esbozar una oración, pero la intención basta. ¡Venga, un poquito más! Otro martillazo, otra «levantá» ¡arriba! Pensemos en María, allí estaba Ella junto a la Cruz de su Hijo. Nosotros también: ad Iesum per Mariam.