AMANDA
Actualizado: GuardarLa tímida sonrisa de la pequeña Amanda es capaz de parar el mundo. Ella ya lo sabe aunque todavía no es capaz de decirlo, ni siquiera por señas. Bastante esfuerzo hace por señalar cada mañana el sol, el aire, y los colores, y los olores y por aprender cada día un sentimiento nuevo al que ponerle nombre. Y como resulta que a amar sólo se aprende amando, sus padres decidieron llamarla así, «la que merece ser amada», para que todo el que se cruce con su historia acabe rendido ante una naricilla apenas dibujada y una boca recién estrenada, ante unas manitas que no saben abrazar y unos ojillos pequeños siempre impresionados. Amanda sonríe y recuerda, y sonríe y aprende a mirar de frente. Y aprende a parar el mundo con su sonrisa. Amanda tiene mucha suerte, aunque eso sí que todavía no lo sabe. Nació dos veces, la primera cuando la abandonaron en la plaza Xi Zhen de Dongguan hace tres años y la segunda, hace apenas un mes, cuando cruzó el mundo entero de la mano de una familia que la esperaba y la amaba mucho antes de que ella naciera.
La historia de Amanda es idéntica a la de miles de niñas chinas -no es corrección lingüística, sino asquerosa realidad- abandonadas en el país de la economía emergente, y adoptadas en los países europeos de la crisis. Niñas que allí no son más que un número de una siniestra lotería y aquí son una apuesta por la vida y por la esperanza de un futuro perfecto.
No corren buenos tiempos para el futuro, pero sí para conjugar todas las formas posibles del presente. Amanda lo sabe, por eso es tan fácil quererla.