Doble o nada
Actualizado: GuardarLa huelga general convocada por CC OO, UGT y otros sindicatos es una de esas apuestas audaces que, si salen bien, multiplican el caudal del apostador, pero si salen mal, le pasan todas las fichas a la banca y lo dejan con un palmo de narices.
Antes de compadecer a los sindicalistas, el Gobierno hará bien en tomar conciencia de que con la reforma laboral que acaba de aprobar, y a la que la huelga responde, ha realizado una apuesta muy semejante. Si logra, aunque sea a medio plazo (a corto, crudo está) revertir la tendencia a la destrucción de em-pleo, cosechará laureles y probablemente votos; pero si después de desarmar a los trabajadores y dejarlos a los pies de sus empleadores el paro sigue campando por sus fueros, habrá hecho un pan como unas tortas, y la osadía le costará cara.
Antes de la reforma del PP, y en realidad desde hace más de 20 años, el sistema de relaciones laborales vigente en España había acreditado su insuficiencia. Era injusto e ineficiente, de eso caben pocas dudas. Por su carácter heteróclito, casi esquizoide, permitía la coexistencia de trabajadores sobreprotegidos y trabajadores arrojados a la precariedad más absoluta, de empresarios incapaces de contratar la fuerza de trabajo en condiciones compatibles con su negocio y de otros que abusaban de ella hasta extremos infamantes. Sindicatos y patronos, cada uno por su lado y en irregular reparto, se arrogaban privilegios difícilmente justificables, en perjuicio del sistema o, lo que es lo mismo, de su equidad y eficacia para con los agentes más débiles.
La reforma de Rajoy ha optado por laminar a los sindicatos y apear a los trabajadores de sus conquistas, para entregar todo el poder de decisión a una clase empresarial que no siempre ha acreditado su sensatez y su solvencia. Cabía, quizá, una reforma un poco menos descompensada, que en vez de igualar a todos los trabajadores por abajo, y armar al empresario hasta los dientes (con ese ‘Gran Bertha’ del despido de 20 días con tope de doce meses, que casi se le anima a usar tan alegremente como le plazca y con quien le plazca) hubiera apuntado, con más sutileza, a desactivar los abusos cometidos desde ambos lados.
La huelga general, así las cosas, era ineludible para los responsables de unas organizaciones empujadas peligrosamente al abismo de la irrelevancia. La pena es que se ha perdido, quizá, la oportunidad de una redefinición más ecuánime del terreno de juego, en la que tanto empresarios como sindicatos habrían debido dejarse unas cuantas plumas, por el bien de todos.
El resultado es que, según recientes encuestas, los españoles de 2012 solo quieren ser emprendedores o funcionarios. Trabajar por cuenta ajena, con esta legislación laboral, se ha vuelto demasiado áspero e inquietante. No es un éxito de la reforma.