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INCIENSO

AQUELLA SEMANA SANTA (I)

JESÚS MAESO DE LA TORRE
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Para bien o para mal, uno vive de su memoria. Y la Semana Santa de mi ciudad natal, Úbeda, es una evocación querida, junto a la de Sevilla, que la conocí durante mis años de estudiante, y la de Cádiz, que incorporé más tarde a mis afectos. Por eso me siento dichoso cuando evoco los cerros dorados de esa ciudad pasional, donde ser cofrade es un deber, pues incluso antes de ser asentados en el registro civil, nuestros padres nos afilian a su hermandad. Por eso en cada Semana Santa, llega la hora de encontrarme con las fotos sepias de mis recuerdos que guardo como el tesoro más valioso. La Semana Santa es la forma más estética y entrañable de conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Es entonces cuando las calles retoman su color oro, y por unas noches son santas y huelen a incienso, claveles y cera derretida. Cádiz me aporta un nuevo olor, esa brisa húmeda que despereza la desnuda piedra de la Catedral y sus miradores blancos. Desde el Domingo de Ramos comenzaba la explosión de belleza en mi pueblo, la música de las marchas, la banda sonora de la vida de un niño de pantalones cortos. Miércoles Santo de mi Santa Cena, blanco y púrpura caminando tras el misterio, como blanco era mi traje de estreno. El día de mis zapatos nuevos, que aun me duelen, y de los barquillos de canela. Flor negra de la noche del Jueves Santo y de la madrugada del Viernes en Cádiz, la Semana Santa de mis diecinueve años en Cádiz, entre misereres morados, negros capirotes, tulipas y nieblas de incienso. Esa amanecida silenciosa es también la del mundo. Un Gólgota es hoy el planeta, donde manda el dinero, la codicia y el ansia de poder. Miro al Nazareno bajando por Jabonería, a Medinaceli por la Posadilla, y al Jesús del Perdón, mi cofradía gaditana, expirando por Santa Cruz, y alivio mis dudas de fe. Flores de pólvora. Los sayones de la guerra que afilan constantemente sus látigos y Jesús vuelve a morir escarnecido. Un niño sufriendo es para mí el Crucificado en su Calvario. El mundo siempre ha sido un inmenso Calvario. Pero el mensaje siempre será el mismo. Porque en la palabra del Maestro, y sólo en la suya, sin intermediarios ni instituciones intercesoras, sigue estando la salvación del mundo.