CARTAS A LA DIRECTORA

Cosas de mi Cádiz

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Hace algún tiempo, leí un libro que me agradó porque se trataba de la vida de un noble gaditano cultísimo que vivió en la época del 'Cádiz de la Ilustración'. Se llamaba Gaspar Molina y Zaldívar; nació en Cádiz, el 9 de octubre de 1741 y murió en San Fernando en 1806; llevó con sobresaliente dignidad los título de, III marqués de Ureña y IV conde de Saucedilla y fue un hombre superior a todos los demás, de todo era conocedor y experto y lo más importante para mí, es que no había cursado estudios de forma oficial, pero destacó como arquitecto, ingeniero, pintor, poeta, torero y fundador de una cofradía en San Fernando. También fue un gran viajero que supo captar todos los aspectos novedosos de las costumbres, avances sociales y científicos que consideraba interesantes para aplicarlos a su país. Visitó Francia, donde permaneció bastante tiempo en París, y de allí pasó a Reino Unido, donde dejó, entre otras cosas, la impronta de un hábil lingüista por su dominio del idioma sajón. Pero a lo que me quiero referir en este escrito es a que en Cádiz, la calle Horno de Quemada pasó a llamarse Marqués de Ureña en recuerdo de Gaspar de Molina Zaldívar y que, pasado algún tiempo, por decisión del municipio de aquel entonces, cambió el nombre por el de Doctor Dacarrete. Pienso que si en San Fernando por el hecho de haber desarrollado su actividad en edificios (Capitanía General, Panteón de Marinos Ilustres) y obras civiles (Puentes sobre los canales de las marismas etc, ), fue honrado con una calle, deberíamos tener en Cádiz un recuerdo en homenaje a tan ínclito gaditano aunque solo sea por haber sido su cuna y corregir el yerro de haberlo borrado de nuestra memoria histórica al sustituir su nombre.

Para mí, no deja de ser curioso lo casual de que esta carta que quise que me publicaran a finales del año pasado, coincidiera con los trámites iniciados en el Ministerio de Justicia para la solicitud del mencionado título vacante por Doña María Teresa Silos Iturralde por fallecimiento de su padre D. Joaquín Silos Milán, con lo cual quedaba satisfecha mi curiosidad de saber en quién recaía la propiedad de dicho título.