El oficio de susurrar
Más de 5.000 traductores hacen posible que todos se entiendan en la UE. Lejos de desaparecer, el ancestral sistema de cuchichear al oído sigue en plena forma
Actualizado:La UE es un coloso repleto de misterios. Las instituciones que encarnan el sueño de una Europa sin fronteras se han ganado la fama de oscuras y lejanas, con el aditamento de una implacable rigurosidad durante esta crisis. La Unión, sin embargo, se esfuerza para que nadie se pierda en su laberinto interno y todas la voces se escuchen con la misma nitidez. Dentro de este engranaje, una de las piezas fundamentales es la igualdad lingüística. Es decir, que cualquier presidente, eurodiputado o ciudadano pueda expresarse en su lengua. El reto no es sencillo porque existen 23 idiomas oficiales, lo que convierte a la UE en el mayor organismo multilingüe del mundo por encima incluso de la ONU.
El club europeo intenta que nadie se sienta aislado con una auténtica legión de traductores e intérpretes. Más de 5.000 especialistas en estos campos trabajan en las distintas instituciones, que suman alrededor de 55.000 funcionarios. Ante las críticas que siempre le llueven por estas elevadas magnitudes, Bruselas recuerda que el Ayuntamiento de Birmingham, la segunda ciudad británica, cuenta con 60.000 trabajadores y París con 50.000. La Comisión Europea tiene despiezado al detalle el coste de los servicios de interpretación. Cada ciudadano paga 50 céntimos anuales por garantizar que no existan barreras lingüísticas.
Aunque generalmente se tienda a equiparar a traductores e intérpretes, la UE tiene ambos servicios separados. Los primeros se dedican a trasladar a las distintas lenguas los documentos, mientras que los segundos ofrecen la réplica simultánea. «Tenemos hasta un tipo de carácter diferente. Los intérpretes somos la comunicación instantánea, la comprensión rápida. Nuestros compañeros, en cambio, van al matiz más profundo», resume Javier Álvarez, jefe de la unidad de interpretación española en el Parlamento Europeo. Instalado en Bruselas desde que España entró en la UE en 1986, Álvarez acude a los plenos de la Eurocámara, auténtico símbolo del multilingüe comunitario con sesiones en las que se emplean los 23 idiomas oficiales.
La primera pregunta que le viene a la cabeza a cualquiera cuando se encuentra con un intérprete es saber cuántos idiomas habla. «¿Yo? Solo español», bromea Álvarez recordando un comentario clásico dentro del colectivo. Como norma general, estos profesionales traducen siempre a su idioma materno, aunque evidentemente dominan un ramillete más amplio. Con esta premisa, en los principales actos de la UE existen equipos divididos por lenguas listos para hacer comprensible cada frase. El esquema de trabajo obliga a las distintas unidades a contar con expertos que cubran todo el abanico comunitario. «A nosotros solo nos faltan las lenguas bálticas», confirma el responsable español. En casos así, se utiliza normalmente como puente el inglés.
La interpretación simultánea, que llega hasta los políticos mediante el tradicional auricular, es la más utilizada en Europa. Los profesionales que la hacen posible no suelen ser captados por las cámaras, pero trabajan desde unas cabinas elevadas ubicadas en la misma sala. «Lo importante es que tu cerebro vaya a la misma velocidad del que habla», agrega Álvarez. El ejercicio requiere una concentración máxima que depara turnos de trabajo de 45 minutos con breves descansos para garantizar la calidad del resultado. Su función no consiste en traducir palabra por palabra, sino en transmitir de inmediato las ideas expresadas.
En la Eurocámara, donde los plenos reúnen a 754 eurodiputados, las dificultades para los intérpretes se multiplican. En la mayoría de las ocasiones, las intervenciones son de apenas dos minutos, lo que obliga al político a hablar a buen ritmo de cuestiones muchas veces complejas. Además, las nacionalidades van saltando sin descanso y exigen a los profesionales cambiar de idioma a la misma velocidad. Todos ellos dominan el inglés y el francés, las dos lenguas que marcan el día a día en Bruselas. A partir de esta base, la diversidad es notable, aunque muchos españoles le añaden habitualmente el italiano y el portugués.
En la cumbres de presidentes y reuniones bilaterales, en cambio, emerge un sistema ancestral que no ha podido sustituir la tecnología. Conocido como el 'susurro', consiste en descifrar al oído una conversación. En muchas ocasiones, el propio profesional también actúa como voz del mandatario. Al igual que sucede con las interpretaciones desde una cabina, se requiere un importante trabajo previo de documentación. Un día la charla puede ser protocolaria, pero el próximo puede tocar la crisis de la deuda soberana o una nueva normativa para los mercados financieros.
Chino y árabe
Dentro de la jerga propia del colectivo, la palabra 'combinación' resulta esencial. Se refiere al número de lenguas que uno puede interpretar, una capacidad que en muchos casos tiene raíces familiares pese a que el programa educativo Erasmus ha ayudado mucho. Las últimas tendencias desvelan que los profesionales apuestan cada vez más por sumar al inglés y francés un idioma más exótico para disparar sus oportunidades laborales. Con la integración en la UE de los países del Este en la pasada década, sus lenguas han cobrado un gran protagonismo. En paralelo, el chino o el árabe gozan de un pujanza evidente no solo a escala europea.
Debido al volumen de trabajo que acarrea una apuesta tan decidida por el multilingüismo, la UE no solo cuenta con sus propios intérpretes. Las instituciones comunitarias disponen de un listado de 3.000 profesionales autónomos que se contratan para actos específicos a una media de 350 euros por jornada. Estos expertos deben superar un examen para lograr la acreditación correspondiente. Pese a que la cifra no deja de ser llamativa, en Bruselas se demandan más intérpretes, especialmente con los idiomas menos frecuentes y pensando en las próximas adhesiones de países como Croacia.
La otra cara del multilingüismo es la traducción. La UE genera una cantidad descomunal de documentos y normativas que deben entenderse en todos los países. Solo la Eurocámara, ha traducido de media en los últimos años 1,5 millones de páginas, lo que daría para llenar una biblioteca en todos los idiomas. Al igual que sucede con los intérpretes no tienen que ser bilingües, pero necesitan una excelente capacidad de comprensión. Íñigo Valverde dirige la unidad española en el Parlamento Europeo. Por su equipo han pasado profesionales que hasta dominaban doce lenguas. «Una vez que tienes tres, el cuarto idioma te sale más fácil», y destaca la relativa sencillez de aprender lenguas de una misma familia como el alemán y el holandés.
Valverde atribuye al «empeño personal» y al carácter «vocacional» de su profesión el dominio de tantas lenguas. Su equipo, formado por una treintena de traductores, destroza el mito de que los españoles son torpes por naturaleza con los idiomas: «No creo que tengamos ningún impedimento genético. Para mí, es una cuestión de los planes de educación». Su diagnóstico es que aprendiendo desde pequeños y con detalles como no doblar al castellano todas las películas se avanzaría mucho.