Boas y pitones
Actualizado:Lo tenía todo para triunfar y ha terminado fracasando. Cuando Roman Abramovich compró el Chelsea pensó que el fútbol podía manejarse de la misma forma que sus negocios, que sus petrodólares serían suficientes para conquistar el corazón de aficionados y jugadores, para llenar Stamford Bridge de títulos, ganar más influencia y colmar su ego. Primero Cristiano Ronaldo, después el Barcelona y por último decisiones desafortunadas (qué paradoja, ¿no?), sustentadas en la precipitación que te produce la ansiedad de saber que estás quedando en evidencia, han ido minando poco a poco la moral del bueno de Roman, que añorando a Mourinho y deseando a Guardiola terminó por contratar al Pep luso. Le costó 15 millones de euros quitarle al Oporto a André Villas Boas y ha tardado ocho meses en despedirlo. ¡Viva la coherencia!
Lo tenía todo para triunfar y ha terminado fracasando. A Villas Boas le ha sucedido lo mismo que a otros muchos entrenadores que llegan a Inglaterra sin conocer profundamente las costumbres del lugar y sin el estatus reverencial que te dan los años para que los futbolistas, casi todos cómodos, caprichosos y endiosados, te tomen la estima necesaria para no triturarte a base de olvidarse de meter la pierna más que para ponerte la zancadilla y de meter goles dentro de los terrenos de juego y no fuera de ellos.
Lo tenía todo para triunfar y ha terminado fracasando. Porque la plantilla del Chelsea tenía (y tiene) un núcleo duro de vestuario al que se acababan los privilegios. Villas Boas había decidido cambiar la filosofía del músculo por la del toque. Mata, Fernando Torres, Raúl Meireles y el frustrado intento por Modric representaban su idea de fútbol y jugadores como Drogba, Terry, Lampard, Kalou, Malouda o Essien pasarían de jugar por decreto a ver los partidos desde el banquillo o la grada con demasiada asiduidad. Demasiado riesgo para una boa que se puso fiera, pero en esta caso terminó sucumbiendo ante el veneno de las pitones.