Obama y Netanyahu: un choque de trenes
El presidente estadounidense se ve hoy con el primer ministro israelí con las tensiones con Irán como telón de fondo
MADRID Actualizado: GuardarUn poeta francés (¿Baudelaire?) dejó escrita esta perla: cuando te digan que todavía te quieren es que ya no te quieren. Y el aserto tal vez valga para la declaración del presidente israelí, Shimon Peres, quien ha convertido ya en un mantra su cíclica definición de Obama como un gran dirigente y un gran amigo de Israel.
Es verdad que bastantes otros políticos israelíes no se animan a tal efusión, pero Peres, un octogenario con muchas tablas (y que, por cierto, es el padre de la fuerza atómica israelí) lo hace porque lo tiene por lo más conveniente y para no poner en más aprietos al inquilino de la Casa Blanca, sometido en la cuestión iraní a un cerco de presiones sin precedentes, bien israelíes, bien de los círculos judío-americanos.
Todo esto, por lo demás, es el escenario, si no la tramoya, que rodea indefectiblemente a la conferencia anual de la AIPAC (literalmente “Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelíes”) considerada sin discusión como el centro del así llamado lobby judío en los Estados Unidos que se reúne este fin de semana y oye al propio Obama y a Peres y, sobre todo, al esperado primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
El factor opinión
Los hechos son conocidos, pero requieren un resumen rápido: Washington tiene por inaceptable que Irán consiga dotarse de armas nucleares e Israel, también. La diferencia radica en que en Israel hay una corriente muy fuerte – no absolutamente mayoritaria ni vencedora de antemano en el proceso de toma de decisión – favorable a bombardear las instalaciones atómicas iraníes en una exhibición de poder disuasorio y en Washington se oponen con argumentos técnicos (no detendría el programa nuclear), de opinión (el mundo árabe e islámico lo repudiaría) y prácticos (estimularía de hecho la carrera atómica y en muchas capitales, y no solo Moscú o Pekín, sino en países de la OTAN, por ejemplo recibiría críticas de orden moral y político).
Pero ahora hay algo más: estamos en un año electoral, Obama dio pruebas de cierta independencia de espíritu frente a Israel en la cuestión palestina (al decir que la solución negociada debe basarse en las fronteras de 1967) ha sostenido a fondo las primaveras árabes y no ve una razón suficiente, ni de principio ni militar ni técnica, para aprobar un ataque entre otras cosas, además, porque el programa de sanciones financieras, económicas, jurídicas y políticas contra Irán está funcionando y porque la opinión general de sus servicios de inteligencia es que no hay pruebas fuertes de que Irán esté acercándose a la producción de armas nucleares.
El lector echará en falta en este momento el factor electoral… y hay que decir que, contra lo que se cree universalmente, los judíos norteamericanos apenas han cambiado su opinión sobre Obama en los tres años de presidencia, encuestas solventes indican que la mayoritaria tendencia pro-demócrata tradicional en la comunidad judía apenas perdería dos puntos y se mantendría, como en 2008, algo por encima del 70 por ciento. La conclusión es obvia: los norteamericanos judíos, muchos de los cuales tienen un pasaporte israelí, creen que la mejor manera de proteger a Israel es evitarle errores como el que cometería atacando sin cobertura legal alguna a Irán.
La Casa Blanca no se rinde
La ofensiva pro-israelí ha alcanzado cierto paroxismo en las últimas semanas, a medida que se desarrolla la campaña electoral en los Estados Unidos y cuando se aproximaba la reunión anual de la AIPAC a la que se presta gran atención y a la que, como una tradición no bien explicada ni muy entendible en Europa, todo presidente americano debe rendir cierta pleitesía y prestar gran atención.
En este contexto, y en víspera de la entrevista que este lunes sostendrán Obama y Netanyahu en un clima de tensión escondida bajo el oficio y las buenas maneras, todos los observadores parecen seguros de que las dos fuertes personalidades están cerca de un choque de trenes que podría producirse de todos modos si el presidente llegara a sentirse literalmente agraviado por los excesos de su interlocutor. Todavía el domingo circuló un cable según el cual el muy belicoso ministro israelí de Exteriores, Avigdor Lieberman, dice que Israel procederá a su gusto, en función de su propia evaluación porque para algo es un Estado soberano…
Obama, pues, hará, como hasta hoy, lo necesario para preservar una imagen de sólido garante de la seguridad de Israel y, con ella, el voto pro-israelí, pero se negará a verse arrastrado a una operación militar que sus más altos enviados a Israel han criticado sin tregua: el general Dempsey, jefe del Alto Estado Mayor, Thomas Donilon, jefe del Consejo de Seguridad Nacional, James Clapper, jefe de Inteligencia Nacional… por citar solo los últimos.
Quien quiera detalles sobre el grado de influencia y presión israelí sobre el gobierno norteamericano puede consultar el impagable libro de dos norteamericanos moderados y nada antisionistas, los profesores Mearsheimer y Walt. Desde que se publicó hace cuatro años han ocurrido muchas cosas, de las que la principal es que un tal Obama ganó la elección y gobierna allí y está ejerciendo una resistencia tenaz a dejarse llevar de la mano por Israel en ciertos asuntos capitales…