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Actualizado:En Jerez, en estos momentos es inevitable hablar de flamenco. En Nueva York, también. En Jerez se celebra un festival de prestigio internacional. En la Gran Manzana, lo mismo. La capital del flamenco y la capital del mundo están estos días mucho más cerca gracias a nuestra cultura, a esa expresión artística única que fue reconocida hace unos meses como Patrimonio de la Humanidad. Hoy, haciendo honor al nombre de esta gacetilla semanal, les escribo desde el lugar donde las calles no tienen nombre. En Manhattan, como bien es sabido, la gran mayoría de las calles y avenidas están numeradas. Y en ellas podemos encontrarnos con algunos de los mejores y más reconocidos teatros de mundo, que durante estas fechas del año reservan un lugar de honor en sus programaciones al flamenco por obra y gracia de Flamenco Festival, un ciclo que suma ya once ediciones con la de este año. Esta noche, por ejemplo, el New York City Center tendrá en su escenario a la compañía de Rafaela Carrasco, que, seguro, beberá del éxito que ya han catado días atrás artistas de la talla de Manuela Carrasco u Olga Pericet. Son algunos de los nombres que componen la extensa nómina de artistas de esta edición del Flamenco Festival, un evento al que Nueva York le debe haber podido disfrutar durante los últimos años de las mejores cosechas que ha dado este genuino arte. Por aquí han pasado María del Mar Moreno, Angelita Gómez, Antonio 'El Pipa', Enrique y Estrella Morente, Rocío Molina, Mercedes Ruíz.y otros tantos. El festival, además, no sólo se limita a las actuaciones en los teatros sino que incluye una programación paralela en espacios alternativos, salas y museos, donde podemos asistir a la fusión del flamenco con otras culturas, conferencias e, incluso, un apartado didáctico para los escolares neoyorquinos. Uno de los aspectos que más ha llamado mi atención se refiere a las clases gratuitas que, cada día, un par de horas antes del comienzo, se ofrecen en el lobby de los teatros a aquellos que han comprado su entrada para presenciar el espectáculo programado y que desean aprender aunque solo sea superficialmente cuáles son los pasos y la técnica de una bulería, una soleá o una seguiriya. Los profesores son artistas como José Molina, un bailaor que llegó a Nueva York en 1956, y que ha ayudado a moldear la imagen del flamenco entre los norteamericanos. Es realmente satisfactorio observar la cantidad de gente que se interesa por actividades de este tipo relacionadas con el flamenco. Como lo es también palpar la reacción entusiasta del público local ante las actuaciones y la calidad de la oferta. Y no crean que esto significa que aplauden cualquier cosa. Ni mucho menos. Es un público exigente y que, me da la sensación, ha perfeccionado su criterio con respecto al flamenco gracias a los años de actividad de este evento. Este festival, no cabe duda, ha servido además para dignificar la propuesta flamenca y ponerla a la altura de lo que se merece, al altura de otras disciplinas artísticas de prestigio, en los principales escenarios del mundo. Hace muchos años, Lola Flores visitó esta ciudad para actuar. La crítica del New York Times sobre la Faraona pasó a la historia por aquel "no canta, no baila, no se la pierdan". Parafraseando y versionando aquel genial titular, hoy deberíamos decir algo así como «cantan y bailan, no se lo pierdan». El mérito, no obstante, no es sólo de los que se suben al escenario sino también de personas que nunca han dado un zapateo. Es el caso de Miguel Marín, director del Flamenco Festival, que un día se empeñó en que las más importantes capitales del mundo -Nueva York, Londres, Moscú, Tokio- reconociesen el verdadero significado del cante y el baile de nuestra tierra. Y lo ha conseguido. Dentro de nada, ya les digo, están los guiris tocando las palmas por bulerías como en el Villamarta. Toma que toma.